sábado, mayo 31, 2014

EL G77 Y LA DESCOLONIZACIÓN DE LA GEOPOLÍTICA

Por Rafael Bautista S.
Las recientes crisis en Ucrania y Siria manifiestan la compleja transición hacia un mundo sin centro hegemónico único; lo que se está denominando el “incipiente mundo multipolar” (las áreas en disputa manifiestan esta tónica). El siglo XXI amanece con un nuevo mundo emergente que ya no presupone, ni cultural ni civilizatoriamente, la hegemonía occidental. El “gran relato” neoliberal del “fin de la historia” se hizo pedazos el 11 de septiembre de 2001 y su última cruzada, llamada el “choque de civilizaciones”, es derrotada en Siria y Ucrania. Es decir, el fenómeno de la colonización, consustancial al mundo moderno, empieza a desmoronarse en el nuevo siglo. Incluso las nuevas potencias emergentes, si optaran por asegurarse áreas de influencia, ya no podrían hacerlo según las prerrogativas que adoptaron las potencias occidentales cuando se repartieron el África y el Oriente. La sobrevivencia de un mundo multipolar pende del siguiente detalle: los términos en que se expresen las alianzas geopolíticas sólo podrían cimentarse en una cooperación mutua y estratégica y ya no en exclusivas relaciones de dominación.
Las últimas bravuconadas que Occidente despliega bélicamente no hacen sino mostrarnos su decadencia profunda. Ya no pudo invadir Siria, y eso le está costando, no sólo credibilidad sino, sobre todo, la desconfianza en su capacidad militar. Incluso podría decirse que el 3 de septiembre de 2013 se evitó la tercera guerra mundial, cuando el sistema de defensa aéreo ruso S300-PS, desde la base de Tartus, en Siria, intercepta y destruye misiles tomahowks (lanzados desde la base gringa de Rota, en la bahía de Cádiz), que tenían como destino Damasco. Desde entonces queda demostrado que los rusos han recuperado su importancia militar; lo cual equilibra un mundo que había sido capturado por USA (según Ehud Barack, exministro de asuntos militares de Israel, eso debilita a USA en todo el mundo). Desde el triunfo de Rusia ante Georgia, por Osetia del Sur, el 2008, puede decirse que la geopolítica del siglo XX ha sido dislocada en favor de una nueva reconfiguración planetaria.
En Ucrania termina de rematarse la cosa, puesto que la injerencia occidental, comandada por USA, no hace sino, para su propia desgracia, acercar aún más a China y Rusia, lo cual significa, en lo venidero, el viraje definitivo de la economía mundial hacia el Oriente. El último acuerdo monumental entre Rusia y China (cuyo comercio bilateral alcanzará, para el 2020, los 200.000 millones de dólares), no sólo ratifica la hegemonía de una Eurasia oriental, en torno a la restauración comercial de la “ruta de la seda”, sino hasta posibilita que China se expanda hacia Occidente (los más que probables ejercicios militares conjuntos entre Rusia y China en pleno Mar Negro). Ni USA ni Europa tienen la musculatura, ni económica ni militar, para hacer valer sus sanciones económicas a una Rusia que, aliada de China, ya no tiene necesidad de supeditarse a un Occidente en plena decadencia.


LA GEOPOLÍTICA DETRÁS DEL SECUESTRO PRESIDENCIAL


Por Rafael Bautista S.
El secuestro europeo del avión presidencial boliviano confirma la disposición estratégica de los nuevos peones imperiales en el tablero geopolítico del incipiente mundo multipolar. También muestra la insolencia de un poder imponente que acaba en la impotencia(pues hasta sus propios agentes se le rebelan); por eso no tiene reparos en humillar a quien se le plazca y, de ese modo, exponer a los cuatro vientos el verdadero lugar que ocupa una Europa en decadencia: la nueva colonia gringa está, no sólo para sacrificarse por el dólar, sino que se presta, como lo hiciera un “housenigger” o esclavo de casa, a hacer el trabajo sucio del amo.
Después de cinco siglos, Europa regresa a su condición periférica, cuando era nada respecto del mundo civilizado que lo protagonizaban árabes, hindúes y chinos. Es gracias a la invasión y al saqueo del Nuevo Mundo que Europa se proyecta al atlántico, como eje de su nueva condición de centro hegemónico mundial. La modernidad no fue nunca otra cosa que la administración de la centralidad europeo-occidental. La II guerra mundialle sirve a USA para ser ese centro que hereda de una Europa en ruinas. En ese contexto, la guerra fría fue la tercera guerra mundial que la gana USA (y la sufren los países pobres) e impone, desde entonces, un mundo unipolar.
Pero el siglo XXI manifiesta una nueva disposición global; aquél infatuado poder y su desmedida fuerzamilitar, acabó erosionando las bases de su propia hegemonía. La decadencia actual ya no es sólo del mundo imperial sino del proyecto que hereda y encarna. Cuando expone a una Europa reducida a mero apéndice colonial de una apuesta que ya ni siquiera es “americana”, sino impuesta por burocracias privadas financieras, muestra la fisonomía de una decadencia que, en medio de la más descomunal concentración de riqueza fruto del robo, enfrenta al mundoentero comosu enemigo.
La crisis europea es apenas la escena doméstica de la nueva guerra que desata Occidente contra un embrionario mundo multipolar (que ya no se considera su “patio trasero”); no sólo contra los BRICS sino contra toda disidencia en el resto del mundo. La amenaza reclama inmediata obediencia, y lo acontecido con el secuestro del avión presidencial boliviano muestra a una Europa que, aunque acostumbrada a humillar a otros, resulta aún máshumillada en su propia casa (pues ni siquiera Alemania abrió el pico en esta flagrante injerencia gringa en plena Europa). El primer colonizador del mundo moderno acaba siendo colonia. Es decir, la otrora cuna del renacimiento y la ilustración, la supuesta misionera de la civilización en el mundo, no halla en sí más argumento que no sea la sumisióny lacapitulacióna un poder que, para colmo, se encuentra en crisis terminal. Lo que manifiesta su elite gobernante es la pérdida de respeto por sí misma.
No en vano, el presidente ruso Vladimir Putin, a propósito de la injerencia europea en Siria –donde Europa regresa a su condición de genocida, armando a terroristas para derrocar a Bashar-al-Assad y, como en Libia, imponer la gula de Occidente; y donde Rusia ha frenado las ambiciones occidentales ofreciendo a Siria los misiles tierra-aire S-300PS ante cualquier ataque foráneo (si estos misiles son letales a cualquier avión de combate gringo, inglés o francés, imaginemos su versión superior, el nuevo sistema de misiles Vitiaz)–, interpela a la prensa europea y a su propio homólogo David Cameron: “yo estoy seguro de que ustedes estarán de acuerdo en que seguramente no deberíamos ayudar a gente que no sólo matan a sus enemigos sino que además mutilan sus cuerpos y se comen sus entrañas ante el público y las cámaras.¿Es ese el tipo de gente que ustedes quieren apoyar? ¿Quieren ustedes armarlos? Si es así, parece que hay aquí muy poca relación con los valores humanitarios con los que Europa se ha comprometido y que ha divulgado durante siglos”.

¿HAY UNA VENEZUELA SIN CHÁVEZ?

Por Rafael Bautista S.
“Esta mi vida ya no es mi vida,
yo ya no soy yo,
soy todo un pueblo”
Hugo Chávez

Las preguntas que ahora abundan en las cadenas mediáticas dan cuenta de un afán solapado de discontinuidad en un proceso al cual quisieran ver concluir, de una vez por todas. La sombra de Chávez perturba, porque ya se intuye que no es, precisamente, una sombra inofensiva. Por eso hay una insistencia en matar mediáticamente al líder, y dejar a todo un pueblo huérfano en su propia suerte. Pero el pueblo no renuncia a su líder, porque sabe que lo que vive en el pueblo, no muere jamás. En ese sentido el pueblo es sabio: el deceso físico no quiere decir la muerte del líder; porque lo que éste representa excede su sola presencia.
Entonces, ¿será cierto que los muertos están muertos? Si la vida no se reduce a la pura existencia física, ¿será que la vida se acaba cuando se atraviesa el umbral de la muerte? Resulta curioso que una mentalidad dizque cristiana crea que la muerte acaba con la vida; pues todos los cálculos mediáticos y políticos que se desprenden de la supuesta “Venezuela sin Chávez”, parten de aquel supuesto. Si el supuesto fuera cierto, entonces la realidad quedaría desmentida (y la fe que tanto pregona sobre todo la mentalidad conservadora). Para desmentirla se acude a la calumnia, pero la calumnia también se engaña, pues no descubre nada sino ensucia todo; lo peor: no permite que la propia realidad interpele sus opacas certidumbres.
Si todo se acabara con la muerte, entonces la fe quedaría en nada. A propósito de la reflexión que hacían los religiosos en las exequias del presidente Chávez –y que los políticos deberían aprender a tematizar–, la muerte del líder de un pueblo es ahora motivo para cuestionar nuestras creencias y para limpiar la propia política de su anti-espiritualidad. Pues el fenómeno de la resurrección tiene que ver con el triunfo de la vida sobre la muerte, por eso dice el Evangelio (dado a los pobres): quien cree en mí tendrá vida eterna. Si eso es cierto, la muerte no es nunca el fin. Entonces, ¿cómo el muerto podría abandonar a los vivos? ¿Cómo un pueblo podría quedarse sin su líder?
Venezuela no está sin Chávez, porque Chávez está ahora más vivo que nunca. El pueblo así lo sabe, por eso los testimonios abundan: todo el amor que tenía hacia su pueblo, ya no le cabía en el pecho, por eso se le ha desbordado, para abrazar a todos. Por eso se dice que la Iglesia verdadera está en el pueblo, por eso la “buena nueva” es para los pobres, porque son ellos los “hermanos menores” que claman a los cielos por un redentor que les muestre el camino (que es siempre “camino de vida”) de su liberación. Por eso hay líder. Porque la liberación no es sólo cuestión de ideas sino de ejemplo de vida, y éste es fundamental para que las ideas hagan carne (de lo contrario las ideas se las llevaría el viento).

BOLIVIA: HACIA UNA GEOPOLÍTICA DEL MAR

Por Rafael Bautista S.
Una lectura geopolítica no es una política de Estado; pero sitúa a ésta y le proporciona los márgenes posibles de acción según la disposición cartográfica que le brinda un determinado contexto regional y global. La geopolítica nace de leer políticamente el espacio (en cuanto geografía leída en términos estratégicos), pero leer políticamente el espacio proviene del hacer autoconsciente un proyecto determinado; porque todo proyecto constituye el horizonte utópico donde descansa la posibilidad misma de la política.
De ese modo, una política de Estado se constituye en la objetivación de la autoconsciencia que un pueblo ha producido en cuanto proyecto de vida. El proyecto es lo que da sentido a toda lectura. En consecuencia, no hay posibilidad de hacer una lectura geopolítica sino dentro de un proyecto político determinado (que es siempre el propio).
Esta distinción lógica nos permite despejar las confusiones. Porque no es lo mismo una lectura –que puede ser un diagnóstico– y un proyecto. Ahora bien, en el caso nuestro, la ausencia centenaria de una política de Estado en torno al mar tiene que ver, no sólo con la ausencia de proyecto sino, sobre todo, con la ausencia de proyecto propio; es decir, la ausencia de Estado nacional es la consecuencia de la ausencia de proyecto propio. Puesto que la nación es un proyecto político, la ausencia de producir nación se traduce en la ausencia de producir Estado. Por eso, lo que hay, no es más que un Estado aparente. Ese es el retrato político de una Estado colonial. Incapaz de producir nación, su devenir consiste en adaptarse del mejor modo posible (que es casi siempre el peor) a las circunstancias que suceden siempre al margen de éste.
En ese sentido, la pérdida del acceso al mar no es sólo imputable al usurpador sino a un Estado señorial-oligárquico incapaz de producir nación; si el Estado es apenas el botín de una casta, se entiende el carácter antinacional de ésta y, en consecuencia, la precoz inclinación hacia intereses ajenos. Si después de la derrota militar prosigue la resignación diplomática, una patología del Estado republicano boliviano debiera dar cuenta del porqué de esa suerte de entreguismo vocacional, del argumentar contra sí mismo para beneficio del enemigo. El juicio al Estado colonial que pretendía la Asamblea Constituyente tenía esa importancia: una “refundación del Estado” tiene sentido si se ha comprendido la patología del Estado que se quiere superar.
¿De qué nos sirve ahora aquello? Nos sirve para señalar los resabios señorialistas que aún perviven como patología estatal. Porque si de derecho hablamos –haciendo mención a las palabras de nuestro presidente en la reunión de la CELAC–, requerimos fundar nuestro derecho al mar en algo ya no sólo consistente, en lo formal, sino coherente con el proyecto propuesto, o sea, con el contenido propositivo que reúne a la nueva disponibilidad plurinacional.

BOLIVIA: UTOPÍA Y DESCOLONIZACIÓN

 Por Rafael Bautista S.
Un proyecto político degenera cuando su horizonte utópico desaparece. Si se renuncia al horizonte propuesto, entonces toda lucha se reduce a incluirse a lo ya establecido. Lo que se pretendía revolucionario se vuelve conservador. Si no hay horizonte, tampoco hay proyecto, la lucha se pierde en el puro cálculo político. Esta devaluación de la política tiene que ver con la pérdida de horizonte; sin esta referencia, el único criterio posible es el poder. La lucha es ahora lucha por ganar el poder. Pero si la única garantía es el poder, entonces hasta el proyecto mismo se vuelve una mediación más para mantener el poder; de ese modo desaparece el proyecto y su horizonte, y todo se circunscribe a lo inmediato. Aparece el mentado “realismo político”; el revolucionario se hace reformista. Perdido el horizonte, su política se reduce al puro cálculo de intereses; ahora lucha por el poder, el proyecto que proclamaba se diluye en pura retórica.
El realismo que abraza es su propia trampa, porque ese realismo es un puro sofisma conservador. Cuando el realismo es negación de toda utopía, el realismo es lo más irreal que pueda haber; porque lo utópico no es lo opuesto a lo real. Lo que no hay es siempre apetencia, deseo, esperanza; aquello que pone en movimiento a lo que sí hay. La ausencia hace acto de presencia y hace que el presente se ponga en movimiento. Hay futuro porque hay deseo presente. Sin esa capacidad fecundadora del presente, el futuro es una pura inercia del tiempo lineal. No hay historia. Por eso, sin utopía no hay historia, ni realidad.
Cuando desaparece el componente utópico en la lucha política, toda lucha pierde horizonte; por eso lo único que aparece como programa viable es su rápida inclusión en el orden establecido. Si su horizonte se diluye en éste, entonces su lucha pierde toda trascendencia. No sabe ir más allá de los límites que le son permitidos por el orden actual; pierde iniciativa, imaginación y, lo que es peor, pierde coherencia. Lo que produce ya no es lo nuevo, sino lo mismo de siempre.
Por eso el Estado plurinacional recompone el carácter colonial del Estado. Cuando se evidencia esta situación regresiva, cuando el propio “proceso de cambio” empieza a recomponer un nuevo ciclo estatal del mismo Estado señorial, entonces se hace necesario repensar en aquello que ha sido desdeñado hasta por la tradición marxista (supuestamente revolucionaria): la tematización acerca de las utopías.
No en vano se pone de moda Walter Benjamin (alguien mal visto no sólo por los ortodoxos sino hasta por la propia Escuela de Frankfurt). Tampoco Ernst Bloch es bien visto por los marxistas. Por lo general la izquierda latinoamericana es profundamente jacobina; prejuiciados por la modernidad, se han creído el cuento de que la política es racional porque es científica y, porque es científica, no tiene nada que ver con la teología. Pero una tematización acerca de las utopías o los modelos ideales no puede prescindir de aquel ámbito de reflexión. Porque los modelos ideales tienen que ver con los últimos sentidos de referencia de toda racionalidad y estos no son precisamente racionales, sino míticos.
Los griegos ya sabían aquello: el mito es el fundamento del lógos. El supuesto reino de la razón, la modernidad, tiene también sus mitos; para que se imponga y se expanda su economía, tiene también que imponer y expandir sus valores. Cuando estos valores constituyen ya objetivamente a la propia sociedad moderna, entonces la ciencia moderna declara que ésta ya no tiene nada que ver con los valores, sólo con los hechos. Esto lo hace Weber y veda al quehacer científico de pronunciarse siquiera con respecto al modelo ideal que presupone el capitalismo, es decir, el mundo moderno. Toda la espiritualidad contenida en las mercancías modernas despiertan los deseos de los consumidores porque estos ya se entienden a sí mismos desde los valores que impone el modelo ideal de la modernidad; por eso los productos no son simples productos sino comprimidos de un sistema de vida que penetra en la subjetividad para adueñarse de ésta. El afán de poseer más y más es un afán cultural que patrocina una forma de vida que se expande a medida que destruye lo que garantiza ese apetito desmedido: la humanidad y la naturaleza. Pero no se trata de un simple afán materialista sino de toda una espiritualidad fetichizada que es capaz de resignificar hasta a las mismas religiones en torno a la consagración del mercado y el capital, como los verdaderos ídolos de este mundo.
Cuando la ciencia no se pronuncia al respecto, es cuando pierde sentido crítico y sólo se reduce a describir lo dado, como lo que es y no se puede cambiar (los analistas reflejan esta devaluación de la ciencia). Cuando la política parte de este prejuicio, se amputa la posibilidad de trascender lo dado; porque para trascenderlo necesita de otra referencia, un más allá de lo posible para el sistema, es decir, otro modelo ideal.

BOLIVIA: EL 18 BRUMARIO DEL KANANCHIRI

Por Rafael Bautista S.
Cuando Zavaleta expone la “paradoja señorial”, no sólo describe la contradicción de una casta sino de toda una subjetividad que se expande al todo social: aquella que se constituye “en contra del indio”. Por eso produce un Estado aparente, porque no tiene contenido propio, porque lo propio es aquello que niega para poder afirmarse a sí mismo; porque es antinacional, su legitimidad tiende siempre a la nulidad. Por eso necesita de una sociedad, también aparente, que se haga a imagen y semejanza de ese Estado; ambos se corresponden, pues en ambos se encuentra arraigada una cuestión de fe. Por eso señala Zavaleta, sin miramiento alguno: “la única creencia ingénita e irrenunciable fue siempre el juramento de su superioridad sobre los indios, creencia en sí no negociable, con el liberalismo o sin él y aun con el marxismo o sin él”.
Vale la pena subrayar lo último. Porque incluso la asunción de banderas revolucionarias no supone la superación de esta creencia que es, como bien dice, “ingénita e irrenunciable”. Por eso se producen las recaídas. Por eso a la revolución del 52 le sucede la contrarrevolución y al actual “Estado plurinacional” le viene sucediendo la reposición del Estado colonial. La “paradoja” consiste en que la dirigencia gubernamental del proceso no logra reunir, ni las condiciones subjetivas ni las institucionales, para auto-transformarse, y menos, para hacer posible la transformación del Estado. Esta “paradoja” se sostiene porque aquella creencia permanece inamovible.
Por eso en el mismo discurso revolucionario anida esta “paradoja”: la dominación se reconstituye bajo nuevas banderas; porque si la creencia no es posible se ser superada, entonces los propios revolucionarios producen la contra-revolución. Por eso hasta la izquierda puede ser la nueva derecha. Porque a ambos les une una creencia también irrenunciable; principio nodal de un mundo que se globaliza desde la conquista, en contra, siempre, del indio.
Pueden renunciar a todo, menos a su fe ciega en el “progreso” moderno. La riqueza del mundo moderno les enceguece, de tal modo, que ya no tienen ojos para ver lo más evidente: que esa riqueza es sólo posible por la acumulación sistemática de miseria. Para que el primer mundo sea “desarrollado” tiene que producir el subdesarrollo del tercer mundo (para que haya centro tiene que haber periferia). La conquista no cesa y, con el añadido del racismo congénito moderno, se lo racionaliza hasta como un imperativo categórico: ahora se llama “desarrollo”.
La “paradoja” aparece en el dominado, cuando aspira a ser un nuevo dominador. Por eso el socialismo fracasa: critica la dominación del trabajo humano por el capital, pero la liberación del trabajo no libera al ser humano, pues sigue inamovible la dominación de la naturaleza. Y en eso consiste la Modernidad: en dominar. La “riqueza”, el “desarrollo” y el “progreso” modernos, son sólo posibles en términos de dominación. Las mercancías modernas que nos enceguecen y seducen, chorrean sangre humana y sangre de la Madre tierra, desde hace cinco siglos. La economía que promueve este famoso “desarrollo”, sólo sabe producir riqueza, destruyendo las dos únicas fuentes de riqueza: la humanidad y la naturaleza, Marx dixit. La crisis ecológica no es una maldición divina sino consecuencia de la irracionalidad de la racionalidad económica moderna; que comparten tanto capitalistas como socialistas.
Las creencias económicas modernas son también “ingénitas e irrenunciables”, y parten de una clasificación dicotómica que se origina en el mito fundacional del mundo moderno: el racismo. Las categorías de desarrollo-subdesarrollo, son emanaciones lógicas de la dicotomía inicial que legitima la conquista del Nuevo Mundo: superior-inferior. La naturalización de esta clasificación es el racismo. Por eso el indio aparece, en el Estado señorial-moderno-colonial, como obstáculo del “progreso” y el “desarrollo”. En nombre de estos se producen los genocidios a la humanidad y a la naturaleza, desde la conquista, la colonia y la república, y en nombre también de estos, ahora, un Estado plurinacional, lejos de proponerse un contenido propio, auténtico, liberador, no hace sino volver a su forma anterior, y de modo más acabado.
Por eso la “paradoja” continúa, y recompone lo que se pretendía superar. No hay verdadera transformación: quienes pudieron convertirse en los abanderados de un proceso de liberación, no saben ni pueden entenderse al margen de un Estado al que desprecian y, sin embargo, lo restituyen; porque las estructuras de ese Estado, estructuran su propia subjetividad. Parafraseando a Zavaleta: pudieron ser los conductores de un gran acto revolucionario; pero sus cabezas mismas, no eran libres todavía de aquel Estado.
El primer mito de la subjetividad moderna es la creencia en su superioridad. Es en la conquista, donde se constituye aquel mito; necesita constituir a la víctima en “inferior”, para legitimar su dominación: donde no hay indio No hay “señor”. Por eso las repúblicas nacen formalmente “independientes”, pero siguen siendo esencialmente coloniales. No pueden siquiera constituir nación, porque lo nacional mismo es excluido. La nación es clandestina, porque el Estado es colonial. Su soberanía es pura ficción; por eso se convierte en mero administrador de intereses que, ni siquiera, son los suyos.

BOLIVIA: ¿QUÉ SIGNIFICA “PROCESO DE CAMBIO”?

Por Rafael Bautista S.
Si el cambio constituía un proceso, eso significaba que transitar el proceso mismo era lo que llenaba de contenido y sentido al cambio. Pero cuando el cambio, imaginado “desde arriba”, es lo puramente deducido de esquemas preconcebidos (inconscientes de su eurocentrismo), entonces el transitar mismo ya no tiene sentido. Es más, el proceso mismo empieza a diluirse, cuando lo que se asume no son los sentidos que produce el proceso, sino aquellos que arrastra una izquierda que pretende dirigir un proceso que no lo vive y, en consecuencia, no lo comprende.
Sólo se puede transitar lo nuevo cuando acontece un desprendimiento lógico-existencial de lo viejo. Pero lo viejo no es lo pasado sino lo estructurado como lo dado, lo establecido como sistema (colonial). La denuncia derechista de “volver al pasado” hizo mella en una izquierda que tiene por cuco su pasado de fracasos; por eso se afanó, ufano y febril, en demostrar que lo suyo consistía también en “ir hacia adelante”, aunque ese “adelante” signifique el mismo que postula la derecha: el “adelante” moderno, es decir, el mito del “progreso infinito”, el mismo que nos está conduciendo, a la humanidad y a la naturaleza, al suicidio global.
En el último conflicto, de modo unánime, gobierno y sindicatos, mostraron aquello que los descubre como astillas del mismo palo (no sólo por la intransigencia y tozudez, o la manía de la inmediatez y el simplismo, tanto en el diagnóstico como en la pretendida solución); esto es: herederos de una política que arrastran como maldición. Ambos denuncian al capitalismo y al neoliberalismo pero, cuando uno impone medidas económicas y el otro demanda reivindicaciones sectoriales, ambos afirman el núcleo del cual el capitalismo es apenas su más acabada expresión económica: los mitos modernos.
Si el precio de la estabilidad económica, que apuesta el gobierno, es el sometimiento a la dictadura de la macroeconomía (cuyos criterios, desde el PIB, certifican todo, menos el bienestar concreto de la gente de carne y hueso), entonces no hay posibilidad siquiera de imaginar otra economía. A esto añadamos semejante miopía: creer que los criterios mercadotécnicos son neutrales e imparciales del modelo que se pretenda seguir.
La ceguera conduce a creer que, porque el mercado tiene la historia de la humanidad, el mercado global al cual se enfrentan nuestras economías pobres, desde que hay capitalismo, es el mercado a secas. En la historia de la humanidad, la institución llamada mercado nunca se había expandido de un modo tan irracional como el actual, al grado de descomponer las culturas, las relaciones humanas y la naturaleza, como sucede en el capitalismo. No se trata del mercado como institución humana, anterior al mundo moderno, sino de la resignificación de éste como mercado-centrismo moderno, que apuesta por someter a la humanidad toda y a la naturaleza, al automatismo de éste como condición para garantizar un supuesto interés general.
Confundir el mercado en general con el mercado moderno capitalista ya es una confusión en el análisis. En función de gobierno, esta confusión lleva a metidas de pata como el gasolinazo. Afirmar el mercado (aun a secas) no quiere decir afirmar la vida, porque el mercado (como institución humana) no se reproduce a sí mismo sino en la relación circular de la racionalidad reproductiva de la humanidad y la naturaleza. Lo que desata la modernidad, como caja de Pandora, es la subordinación de la humanidad y la naturaleza al automatismo del mercado; la estabilidad de éste es sólo posible a costa de aquellas. Si el mercado lo regula todo, la vida y la muerte ya no son decisiones que le corresponda a la humanidad sino a las necesidades de la expansión del mercado. La mercantilización de todo, hasta el aire y el espíritu, como expansión definitiva del mercado, es lo que socava la vida entera.
El lenguaje que expresa al mercado es el dinero; su beatificación es como capital. Cuando nuevos ídolos se levantan, las multitudes son congregadas para nuevos e infinitos sacrificios. Mercado y capital, en santa alianza, producen su expansión mutua, desplazando sistemáticamente a la humanidad y al planeta como meros suministradores de recursos. Por eso hay globalización, porque la lógica de la acumulación del capital no conoce límites y su expansión, traducida en la apertura de nuevos mercados, lo que hace es mercantilizar toda la vida, para así cumplir las exigencias de la reproducción del mercado capitalista global: si todo tiene precio, el mercado lo regula todo, hasta la vida (quienes no puedan pagar el “derecho a vivir”, son desechables).
El mercado global es aquel espacio al cual acceden sólo quienes tienen dinero: apenas el 20% rico del planeta. Por eso los países ricos abrazan y defienden el capitalismo, porque éste garantiza una estructura mundial que somete a la humanidad restante y a la naturaleza a meros suministradores de los apetitos del primer mundo. La sentencia no es gratuita: el capitalismo sólo sabe desarrollar la tecnología y el sistema de la producción socavando, al mismo tiempo, las dos únicas fuentes de riqueza: el trabajo humano y la naturaleza. Marx no expone la lógica del capital por puro afán teórico; si realiza una crítica a todo el sistema de categorías de la economía burguesa es para mostrar el fetichismo en que cae ésta: creer que la fuente de toda riqueza es el propio capital. No hay capital sin trabajo humano y no hay trabajo sin naturaleza. Capital también existe antes del capitalismo, pero su especificidad histórica consiste en el proceso de destrucción humana y planetaria como condición de su acumulación progresiva global.   

BOLIVIA: ¿QUÉ SIGNIFICA MANDAR OBEDECIENDO?


  Por Rafael Bautista S.
La pregunta es necesaria ante la confusión gubernamental (que escuda sus dislates en algo que enuncia pero no comprende); no se trata de desvivirse por ella sino de la urgente necesidad que tenemos de remontar esa confusión gubernamental en clarificación popular; porque el mandar obedeciendo señala un nuevo modo de ejercer el poder. Si el poder es la categoría fundamental de toda política, de lo que se trata, en definitiva, es de proponer un paso trascendental: de la política moderna de dominación a una política de liberación (de toda pretensión de dominación). Proponer una nueva política significa transitar hacia ella; no se trata de una mera invención teórica sino de la transformación histórica de la propia praxis política. Por eso aparece la confusión, porque si no hay tránsito, no hay modo de señalar, menos de exponer, lo que no se ha transitado. Por eso hablan de lo que no saben. Si el concepto no ha hecho carne, ese vacío no puede llenarlo la fatua erudición; si la propia existencia no ha hecho el tránsito hacia lo nuevo, entonces la recaída se hace inevitable.
¿Por qué la política económica del gobierno no va más allá de lo que critica? Es fácil calumniar un modelo pero, si no se produce una crítica real, de nada sirve arrojar piedras hacia aquello que persiste en uno mismo; en este caso, la ingenuidad repite hasta la lógica de aquello que supuestamente critica: ante la complejidad de todo problema opta por el puro simplismo de reducir toda opción a la más usual (a esto se llama adicción: realizar una y otra vez la misma operación creyendo que alguna vez saldrá un resultado distinto; por más que se diga que se trataba de una adecuación de precios, era un gasolinazo y la respuesta popular no podía haber sido distinta).
Todos critican al neoliberalismo pero no saben salir de su lógica; algo similar sucede con el gobierno: despotrica contra el capitalismo pero no sabe hacer otra cosa. ¿Por qué? Porque no se trata de cambiar de camiseta; se trata de transitar efectivamente hacia ese más allá que se anuncia (el que no cree no transita y se condena a defender lo ya establecido, se vuelve inevitablemente conservador). Por eso lo de proceso no es pura retorica, y la descolonización no consiste en darle la espalda al presente (sino sacarlo de la inercia homogénea del tiempo matemático), o privarnos de futuro.
El asunto, en definitiva, es: ¿cuál futuro? El capitalismo ofrece un futuro, ese futuro es el producido por el modelo de vida que presupone: la modernidad. ¿De qué tipo de futuro se trata? El futuro de la modernidad es el mito de la ciencia moderna: el progreso infinito (donde todo es posible, hasta la vida eterna). Ese mito lo comparten derecha e izquierda, capitalismo y socialismo; por eso no era de extrañar que neoliberales y gobierno coincidan. En el fondo todos están de acuerdo con ese mito: que en el futuro (siempre postergado) todo lo prometido será cumplido, sólo basta sacrificar el presente. La creencia en ese mito conduce siempre a sacrificar todo presente por un futuro que nunca llega, por eso el sacrificio nunca termina. Pero si sacrificamos el presente no aseguramos ningún futuro; por privarnos el pan de hoy puede que no lleguemos a ningún mañana.
El gasolinazo seguía la misma lógica: para tener más dinero debemos sacrificar a los que nunca tienen, prometiéndoles lo mismo de siempre. “Hasta el agua cuesta más barato que la gasolina”, decía el vicepresidente. Pero, ¿quién pone esos precios?; no es el pobre, es el mercado, y ¿qué hace el gobierno?: quita la subvención a la gente y subvenciona al mercado internacional, con el hambre de los pobres. Eso se llama transferencia de plusvalor, de la periferia al centro. ¿Cómo se logra eso? Las nuevas ganancias de las petroleras son las que median esa transferencia.

¿HACIA DONDE VA EL PROCESO DE CAMBIO? Segunda Parte: El Gasolinazo

Por Juan José Bautista
Introducción
El día 26 de diciembre del 2010 el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, a la cabeza de un grupo de ministros lanzó el decreto supremo 748 en el cual se decretaba que el precio de la gasolina y el diesel iban a subir en un 70 y un 80% respectivamente. La medida supuestamente estaba destinada a nivelar los precios de los hidrocarburos bolivianos a los precios del mercado mundial, porque debido a los precios bajos de nuestros hidrocarburos éstos estaban destinados más al contrabando en los vecinos países que al consumo interno. Además de que el bajo precio de nuestros hidrocarburos suponía una supuesta sangría de nuestra economía, la cual para compensar el bajo precio de nuestros hidrocarburos tenía que subvencionar con muchos millones de dólares anuales.
  Inmediatamente después de la medida, los precios de los artículos básicos de consumo empezaron a subir, no sólo por la medida económica llamada ahora “gasolinazo”, sino porque este decreto había sido emitido justo entre navidad y año nuevo, fechas festivas en las cuales la demanda en el consumo de los productos básicos de la canasta familiar se incrementa naturalmente. Las protestas y medidas de descontento no se hicieron esperar. Aun en medio de los preparativos para las fiestas, la gente del pueblo, es decir, los inmediatos afectados por el alza de precios en los artículos de la canasta básica, empezaron a protestar espontáneamente. Desde las minas y Oruro empezaron a llegar noticias de que se organizaban marchas hacia la sede de gobierno y en otros lugares como Cochabamba, La Paz, Potosí y hasta Santa Cruz se organizaban cabildos para continuar organizando la protesta. En la ciudad de El Alto surgieron rápidamente marchas de protesta con consignas condenatorias ya no sólo contra el gasolinazo, sino también contra varios ministros, contra el vicepresidente y hasta el mismo presidente. Paralelamente el vicepresidente quiso, mediante reuniones con diferentes organizaciones sociales, explicar las bondades del decreto, pero poco a poco empezó a ser rechazado. Sin embargo cuando varios dirigentes de las organizaciones nacionales afines al MAS apoyaron públicamente al gasolinazo, muchos sectores de las bases empezaron a desconocerlos poco a poco. La Central Obrera Boliviana que al principio no se había pronunciado ni a favor ni en contra de la medida fue obligada por sus bases a tomar una postura condenatoria del decreto.
Cuando el presidente Evo Morales luego de su viaje al exterior quiso justificar la medida, se encontró con rechazos rotundos a sus argumentos, lo cual lo obligó a tener reuniones con muchos sectores para tener una visión más amplia de la aceptación o rechazo a la medida, y cuando se percató que el descontento estaba creciendo como una bola de nieve a nivel nacional, no sólo en el seno del pueblo, sino también entre las clases medias y hasta en el ejército donde empezó a correr el rumor del golpe de estado, tuvo que echarse para atrás y anular la medida el 31 de diciembre en la noche. Es muy posible que los rumores de que se preparaba un “cerco” indígena a La Paz y un bloqueo total de carreteras operado por los campesinos, especialmente del sector occidental, hayan influido mucho en esta decisión. Durante el anuncio de la derogación del decreto 748, el presidente Evo Morales dijo que lo hacía en cumplimiento a la promesa hecha por él cuando en aquel lejano enero del 2006 dijo que gobernaría obedeciendo al pueblo y no sirviéndose de él.
Desde el primero de enero de este año, no sólo que los precios de los productos básicos han continuado subiendo a pesar de haber sido anulado el decreto, sino que tanto funcionarios del gobierno como el vicepresidente y hasta el presidente, han señalado de modo insistente que si ahora no se pudo implementar el decreto 748, a la larga se tendrá que hacerlo, porque supuestamente no se puede seguir subvencionando el precio de la gasolina y el diesel. El problema surge cuando uno se pregunta que si el compañero presidente Evo prometió gobernar obedeciendo al pueblo, ¿por qué no consultó nunca con las bases o con el pueblo esta medida antes de tomarla? Pero lo más paradójico es que habiéndose manifestado el pueblo de diferentes maneras rechazando de modo contundente al gasolinazo, ¿por qué el Evo y su gobierno siguen empecinados en implementar esa medida sabiendo que el pueblo no está de acuerdo con ella? Esto es, ¿a quién o a qué estaría ahora obedeciendo el Evo y su gobierno?
Lo peor de todo fue el 22 de enero cuando en la celebración del primer año del Estado Plurinacional el vicepresidente y el presidente respectivamente dieron su informe a la nación. Había mucha expectativa en gran parte de la población respecto de lo que iba a decir el presidente no sólo por lo que había pasado desde la elección a gobernadores y alcaldes, sino también respecto del gasolinazo. Lo que la gente esperaba mínimamente era, si no la destitución de algunos ministros cuestionados, una autocrítica o por lo menos una reflexión en la cual el presidente iluminara con entendimiento el sentido actual del proceso de cambio y el porqué de varias medidas contradictorias operadas en el primer año del Estado Plurinacional. Pero nada de eso sucedió. El vicepresidente se puso a justificar las contradicciones internas y externas con un texto de Mao que expresaba bien a la China de ese entonces, pero que ahora tiene poco que ver con lo que está pasando en Bolivia, pues nuestras contradicciones actuales son política, económica e históricamente mucho más complejas que aquellas, porque ese texto de Mao, como muchos otros de Lenin y Trotsky son reflexiones “coyunturales” que tienen que ver más con lo que situacionalmente sucedía en ese entonces en esos países. No son reflexiones generales que se puedan aplicar mecánicamente a cualquier otra coyuntura política o histórica. Dicho de otro modo se sirvió de ese textito para decir que las contradicciones que hoy se dan en el proceso boliviano son normales y hasta naturales a cualquier otro proceso político y que por eso no hay de qué preocuparse, que en última instancia todo está bien, sino ahora, en un futuro próximo.

BOLIVIA: ¿ES EL RACISMO LIBERTAD DE EXPRESIÓN?

Por Rafael Bautista S.
La polémica levantada por la prensa, en torno a la ley anti-racismo, no tiene, como fundamento, al derecho sino al cohecho. Porque cuando la propia prensa es cooptada por intereses privados monopólicos, entonces no es la libertad de expresión la que toma la palabra sino la privatización de ésta. Lo que es patrimonio público es raptado como propiedad exclusiva de los medios privados; este supuesto “derecho” es el que se pronuncia en contra del derecho de todos. Los medios no defienden la libertad de expresión: lo que defienden es la potestad absoluta que pretenden sobre ésta. Por eso aparece la intolerancia: exigen ser “consultados”, acusan de “violación a sus derechos”, hasta casi ordenan la derogación de dos artículos (que no les conviene); es decir, si de libertad de expresión se trata, no les interesa la expresión popular sino, exclusivamente, la suya; por eso exigen una “consulta” que ya tiene sentencia: si no se hace lo que exigen, resulta “violación a la libertad de expresión”.
Demandan la anulación de dos artículos que les incomoda, es decir: está bien estar contra el racismo, siempre y cuando se tenga carta blanca para decir lo que se quiera (o haciendo decir a otros lo que se piensa). El racista opina, precisamente, de ese modo, por eso nunca se confiesa: su confirmación necesita de la negación retórica de sus actos.
Una sociedad es racista no porque un desequilibrado profiera insultos en una radio, un periódico o un canal de televisión (quien se delata no es tan peligroso como se cree) sino porque está estructurada y atravesada política, económica y culturalmente, por el racismo. Si la propia clasificación social es, previamente, una clasificación racista, entonces hablamos de una naturalización de la dominación; que estructura las relaciones de poder como relaciones racistas de dominación. La naturalización de éstas es lo que produce su invisibilización; cuando las jerarquías sociales contienen clasificación racial, entonces parece “natural” esa distribución social. Si el precio del ascenso social es el desprecio (aunque sea disimulado) al supuesto “inferior”, lo que se evidencia, aunque nos duela en el alma, es el fundamento racista de nuestra propia subjetividad.
Hechos aparentemente inocentes nos muestran esto: teñirse el pelo no es un acto cosmético sino ético (como auto-negación), porque si el patrón de belleza que adopto no se corresponde a mi constitución biológica (que tiene su propia expresión cultural que no admito), entonces esa adopción se convierte en una negación de lo que, en definitiva, soy. Cosa curiosa, cuanto más oscuro es el cabello, más posibilidades de desarrollar las cualidades que hacen a un cabello sano (brillo, volumen, consistencia, etc.); pero si por mudar de color (siempre a más claro) debo quemarlo, lo que quemo, en última instancia, es la vida del cabello; es decir, por “verme bien” (según el patrón adoptado) mato algo en mí. La constante es cruel: para afirmar el patrón estético dominante (moderno-occidental) debo negar lo que soy (si lo que soy no se corresponde con lo “superior” entonces, por definición, soy “inferior”).
Una adopción estética no es inocente; es más, si el precio de esa adopción es mi negación, entonces mi apuesta no me honra sino me degrada. En este caso, el precio del racismo es la negación de la propia persona. Por eso el precio de la ignorancia es siempre la muerte, es el caso de nuestro ejemplo: para quemar el color del cabello no sólo quemo éste sino también neuronas cerebrales, porque los químicos que aplico atraviesan el cuero cabelludo, que es por donde respira el cerebro.

BOLIVIA: ¿QUÉ MANIFIESTA LA MARCHA INDÍGENA?

Por Rafael Bautista S.
El neoliberalismo creyó que la significación de la marcha indígena de 1990 era sólo episódica. Fue la primera “Marcha Indígena por la Dignidad y el Territorio”. Hasta el 2000 van creando, estas marchas, una nueva disponibilidad común; un nuevo sentido de nación, cuya necesidad ya se hace proyecto en Octubre del 2003: una nueva constitución, es decir, una transformación estructural del Estado, o sea, su descolonización. Si no hay constitución sin hecho constitucional y no hay hecho constitucional si no es acontecimiento nacional, se puede decir: la actual constitución es la primera constitución boliviana. Pero lo que importa histórica y políticamente no es la constitución en sí, sino el acontecimiento constitucional. Cuando el todo de la nación comparece (incluso la anti-nación), lo que comparece es la historia: el pasado, el presente y el futuro. Este comparecer es intersubjetivo y vale porque el todo de la nación se interpela a sí misma; se interpela para todos los tiempos. Por eso el acontecimiento es trascendental; allí se condensa el nuevo sentido que, en tanto proceso, va recomponiendo el sentido mismo de nación. Ese sentido aparece en las marchas que inauguran los pueblos de tierras bajas. Quienes ahora inician una nueva marcha que, en definitiva, manifiesta la aporía en que cae el Estado actual: ¿Cómo puede haber Estado plurinacional sin contenido plurinacional?
Mientras se promulgan las leyes estructurales del nuevo Estado, lo que se descubre es una reedición de (lo que llamaba Zavaleta) la paradoja señorial; el síndrome cambia de lugar y se anida en los nuevos “delfines” del sistema estatal: si antes la casta señorial era incapaz de “reunir en su seno ninguna de las condiciones subjetivas ni materiales para auto-transformarse en una burguesía moderna”, ahora parece que la incapacidad consiste en no saber reunir ni las condiciones subjetivas ni las institucionales para transformar el Estado colonial. Por eso la insistencia tenía sentido: un proceso de descolonización del Estado no pasa por una reforma social, sino por una recomposición nacional; esto quiere decir: transformación del sentido de nación como condición de trasformación del contenido político del Estado (la nación, como proyecto político tiene, al Estado, como su mediación política).
Transformación que requiere del proceso, como lugar de emanación de los sentidos que vaya adquiriendo el Estado. Entonces, profundizar el proceso no significa adecuar sus cosechas a las necesidades funcionales de la inercia estatal. Lo que requiere el nuevo Estado es un nuevo sentido político; es decir, un nuevo sentido de vida, y esto significa: vivir la vida del proceso. El nuevo contenido no emerge como efecto de su propia inercia institucional, sino del propio proceso de recomposición nacional, como base real de la nueva legitimación: el potenciamiento de las naciones indígena-originarias. Ese es el suelo (lo histórico-material) plurinacional de legitimación del nuevo Estado; sin él, lo que acontece es una pura recomposición del carácter señorial del Estado. Porque acudir a sus propias necesidades institucionales como el marco de su nuevo despliegue político, es tanto como hacer de su performatividad el contenido único del cambio. Se cambia para no cambiar nada; el cambio habría devenido en pura cosmetología (cuyo “cambio trascendental” consiste en cambiar de pechos pero no de forma de vida).

¿ES DESARROLLADO EL PRIMER MUNDO?


Por Rafael Bautista S.
La pregunta no tiene tanto la intención de estar dirigida a los países ricos sino al llamado tercer mundo; porque se trata de una pregunta que ni siquiera la imagina el llamado primer mundo (aun cuando padezca la crisis financiera, lo que procura como salida proviene de la nostalgia metafísica de una opulencia siempre de carácter infinito). Los países ricos son incapaces de cuestionar aquello que persiguen de modo ciego e irresponsable. Por eso el desarrollo, para ellos, se constituye en algo sagrado; por aquello que consideran sagrado están dispuestos a sacrificar a todo el planeta. En 1550, Domingo de Santo Tomas, a cuatro años del descubrimiento de la mina del Potosí, ya anunciaba la existencia de “una boca del infierno”, donde los españoles sacrificaron millones de almas “a su nuevo dios que es el oro”. En la actualidad, el neoliberalismo produjo el milagro que espera el “greed is good/God” (la codicia ya no era sólo buena sino  que era el nuevo ídolo): que el 5% más rico posea más que todo el 95% restante. La riqueza del primer mundo, desde la invasión y conquista del Nuevo Mundo, tiene un precio: la producción sistemática de miseria planetaria. Por eso la pregunta debemos hacerla, con preferencia, al sur, porque ¿cómo podría el beneficiario del robo pensar siquiera en cuestionar el robo?
Se trata, entonces, de un cuestionamiento que, de modo reflexivo, deben realizarse, a sí mismos, los pueblos empobrecidos del planeta. Para que haya desarrollo en el primer mundo, éste debe producir subdesarrollo en el resto del mundo; es decir, condición para el desarrollo de ellos, ha sido y es el subdesarrollo nuestro. No hay riqueza sin producción paralela de miseria; porque los indicadores de riqueza se mueven en una infinitud siempre insatisfecha, por eso las curvas de la ganancia, del crecimiento y del desarrollo se expresan siempre en aproximaciones asintóticas al infinito (la espiral de acumulación es concéntrica, la distribución ocurre por asignación, que lo decide la oferta y la demanda; estos factores deciden la vida y la muerte de la humanidad y, ahora, del planeta). Por eso también el socialismo se encuentra en entredicho, pues si el capitalismo busca la maximización de las ganancias, el socialismo persigue índices mayores de crecimiento; ambos parten de la infinitud, pero los recursos naturales no son infinitos sino finitos. En eso consiste la falacia del desarrollo moderno; se trata de un concepto que parte de una referencia metafísica: el mito (de la ciencia moderna) del “progreso infinito”. Cuando se piensa la economía desde la infinitud, se hace, inevitablemente, abstracción de la condición humana y de la vida toda (la infinitud es posible lógicamente pero es empíricamente imposible); prescindir de la vida y de la muerte conduce a una ilusión: pensar que todo es posible, que se puede, por ejemplo, explotar a la naturaleza y a trabajo humano al infinito. El concepto de desarrollo moderno es ilusorio. Pero esta ilusión oculta algo más grave: es una ilusión que nos conduce al suicidio colectivo.

BOLIVIA: ¿POR QUÉ PIERDE EL MAS?

Por Rafael Bautista S.
Tres falsas afirmaciones derraman sus condimentos en las agendas de los análisis post-electorales; desde las cuales se vienen aseverando, ya sea, pronósticos aciagos (por el lado de la oposición) o tercos empecinamientos (por el lado del gobierno). Pero ninguna de ellas puede explicar el fenómeno que, en vano, se trata, una y otra vez, de despachar. La cuestión vuelve porque no es cuestión resuelta. Preocupa (sobre todo al ámbito popular). Y es bueno que así sea. Eso demuestra que no se trata sólo de “errores”, sino de algo mucho más grave: ausencia de perspectiva. Esa ausencia genera, inevitablemente, ceguera en la estrategia y, en consecuencia, los desplomes repetidos de quien no sabe para dónde va. Cuando no se tiene clara la perspectiva que se pretende seguir, la política degenera en el circunstancialismo o coyunturalismo, o dicho con mayor precisión: en el electoralismo; la falta de visión nos hace revolcar en lo inmediato, y en lo inmediato, lo que se pierde es dirección. Sin dirección no hay estrategia que valga. Por eso sucede la improvisación, el apresuramiento, la impaciencia. Hay ligereza en el juicio cuando no hay detenimiento en la reflexión; cuando faltan argumentos, es cuando el discurso degenera, y tapa aquella falta con la ofensa y la condena (pero esto ya no congrega, el grado de aglomeración que genera es proporcional al tamaño del carisma del que impreca). Es curioso cómo, la receta rancia de la derecha, es calcada por candidatos (oficialistas) improvisados que no saben cómo distanciarse de aquello que critican.
La receta de los insultos y los improperios era la única que proclamaba la derecha (en la Asamblea constituyente, por ejemplo); por eso es raro que ahora la usen quienes debieron aprender que el tiempo de la confrontación estaba superado (si influyeron los asesores de derecha, fue por el desvarío de algunos que no poseen ni siquiera el tino de saber con quién se meten). Con el 64% de diciembre pasado, debía de pasarse a otro tiempo político. Pero, al parecer, la resaca del triunfo enturbió el proceder de los “profesionales”. Moraleja: el triunfo no asegura la victoria. Lo que ofrece un triunfo son más posibilidades que la derrota (pero, inclusive, si hay capacidad de visión, una derrota puede procurar un triunfo). Si no hay sabiduría, no sirven de nada los triunfos; es más, lo peor que le puede pasar a la arrogancia es el triunfo. Por eso las derrotas sirven. Sirven para hacer autocrítica, siempre y cuando se esté en la predisposición a hacerlo. Por eso tampoco las derrotas son el acabose. La derrota nos derrota si no hay capacidad de asumir la derrota. Es lo que aprendemos de las crisis: las crisis no derrumban a nadie, lo que puede derrumbarnos es el no enfrentar una crisis. Por eso las crisis son el ámbito, por excelencia, de generación de conocimiento.

¿QUÉ SIGNIFICA EL “VIVIR BIEN”?

Por Rafael Bautista S.
El contexto en el cual se produce la reflexión acerca de lo que significaría un “vivir bien”, es la crisis civilizatoria mundial del sistema-mundo moderno. La modernidad aparece como sistema-mundo (mediante la invasión y colonización europea, desde 1492), subordinando al resto del planeta en tanto periferia de un centro de dominio mundial: Europa occidental. Desde ese centro se desestructura todos los otros sistemas de vida y se inaugura, por primera vez en la historia de las civilizaciones, un proceso de pauperización a escala mundial, tanto humano como planetario. Se trata de una forma de vida que, a partir de la conquista y la colonización del Nuevo Mundo, marca el inicio de una época que, en cinco siglos, ha producido los mayores desequilibrios, no sólo humanos sino también medioambientales. Es decir, una forma de vida que, para vivir, debe matar constantemente.
Para encubrir esto, debe producir conocimiento encubridor; el conocimiento que produce, en cuanto ciencia y filosofía deviene, de ese modo, en la formalización y sofisticación de un discurso de la dominación, elevado a rango de racionalidad: Yo vivo si tú no vives, Yo soy si tú no eres. La forma de vida que se produce no garantiza la vida de todos sino sólo de unos cuantos, a costa de la vida de todos y, ahora, de la vida del planeta.
La economía depredadora que se deriva del proyecto moderno, el capitalismo, no sólo produce la pauperización acelerada del 80% pobre del planeta sino destruye el frágil entorno que hace posible la vida humana; de esto se constata una constante que retrata al capitalismo: para producir debe destruir. Por eso la sentencia de un Marx, ecologista avant la lettre, es categórica: el capitalismo sólo sabe desarrollar el proceso de producción y su técnica, socavando a su vez las dos únicas fuentes de riqueza: el trabajo humano y la naturaleza. Se convierte en una economía para la muerte; y su proyecto civilizatorio objetiva eso, de tal modo, que, por ejemplo, cuando la globalización culmina en un proceso de mercantilización total, la posibilidad misma de la vida, ya no de la humanidad entera sino de la vida del planeta mismo, se encuentra amenazada. Por lo tanto, la constatación de la crisis, no es sistémica, y no supone reformas superficiales sino que reclama una trasformación radical. Lo que está en juego es la vida entera. Una forma de vida que, por cinco siglos, se impuso como la naturaleza misma de las cosas, es ahora el obstáculo de la realización de toda vida en el planeta.
Quienes optan por esta forma de vida, no toman conciencia de la gravedad de la situación en la que nos encontramos, no sólo por ignorancia sino por la ceguera de un conocimiento que produce inconsciencia. En este sentido, el sistema-mundo moderno genera una pedagogía de dominación que, en vez de formar, deforma. Desde la inconsciencia no se produce una toma de conciencia. Esta toma de conciencia sólo puede aparecer en quienes han padecido y padecen las consecuencias nefastas de esa forma de vida: la modernidad.

HONDURAS NO ESTÁ SOLA

 Por Rafael Bautista S.
El golpe civil-militar producido en Honduras, delata una rearticulación, no sólo de las oligarquías latinoamericanas, sino del propio poder norteamericano. También delata el carácter colonial de un Estado, en cuyo interior se origina una sedición –pues no sólo se trata de un golpe militar sino congresal, judicial y electoral– contra un gobierno legítimo y contra el propio pueblo, al cual, en definitiva, golpea. La aventura que, ahora, busca la “negociación”, como modo de legitimar un acto de sedición, no es tan desesperada como se cree. Tampoco pareciera tratarse sólo de un ensayo desvariado. Lo que empieza a cobrar cuerpo es el renacimiento de una geopolítica de la distensión. En sus dos sentidos, se trata tanto de dislocar como de aflojar: se pretende dislocar una posible consolidación centroamericana del ALBA y de aflojar la fuerza, mediante la amenaza, de gobiernos democráticos de la región. Es decir, lo que interesa al  Pentágono no es el golpe en sí, sino el calibre de la respuesta que pueda ofrecer un bloque conjunto del sur.
Por eso dilata el desenlace, y desvía su cauce hacia ámbitos “legales” (pertinentes al sector dominante), para medir la magnitud que pueda tener una respuesta latinoamericana. Más allá de los discursos, la capacidad efectiva institucional de respuesta –ya sea del ALBA, del UNASUR, o de la misma OEA– está demostrando ser todavía débil. El propósito inicial sería debilitar, aun más, toda respuesta conjunta, sobre todo centroamericana; de ese modo aislar a Chavez, para que su mirada se dirija exclusivamente a un sur (donde la derecha recupera posiciones en Argentina y Uruguay, y donde Colombia y Perú se reafirman como satélites) con menos capacidad de acción. Si se lograra debilitar el bloque del sur (por eso la presidenta Cristina se preocupa, porque algo similar le puede ocurrir en Argentina), las burguesías de Brasil y Argentina, no tardarían en sacrificar un destino común y soberano, por proyectos mezquinos, ligados siempre a la  sobrevivencia del imperio agónico del norte. Como es costumbre, en nuestra historia colonial, la clase dominante apostaría su sobrevivencia condenándonos, otra vez, a una nueva dependencia (también con la complicidad de una izquierda extremista que sacrificaría al pueblo por sus maximalismos).
Por eso, la verdadera respuesta que podamos ofrecer, pasa por la movilización popular y la ampliación democrática del conjunto de las decisiones. La sede soberana del poder es el pueblo mismo; devolverle esa soberanía es la única garantía de esta nueva y definitiva independencia. Los imperios siempre han menospreciado a los pueblos y, en ese menosprecio, sin advertirlo, han socavado siempre su poder. Por eso las grandes cadenas de información intentan ocultar el repudio popular al golpe, e insisten en la invención mediática de legitimidad que necesitan los golpistas para lavar su imagen ante el mundo. El ya fenecido imperio gringo (ya que el fracaso en Irak y la crisis financiera global han puesto fin al poder unipolar mundial) patrocina un desenlace “legal”, porque sabe que el orden constituido, en países como Honduras, puede asegurar la impunidad y la injerencia. Lo que no concibe su apuesta es una respuesta popular, es decir, democrática. A estas alturas, un nuevo revés, como el dado en Venezuela, el 2002, y en Bolivia, el 2008, arrinconaría a la derecha continental al baúl de los recuerdos.