Por Rafael
Bautista S.
En 1972, el
informe al Club de Roma, “límites del crecimiento”, ya señalaba la
insostenibilidad futura de unas expectativas económicas fundadas en el
crecimiento exponencial. 45 años después, evidenciado aquel pronóstico fatídico
–con la crisis climática–, el sistema económico global y la ciencia económica
que le justifica, no sólo no renuncian a las trampas del crecimiento sino que
persisten, ahora de modo suicida, en afirmar el carácter exponencial de la
economía del crecimiento. No podrían dejar de hacerlo, pues el sistema, al cual
nos referimos, se funda exclusivamente en las prerrogativas del capital: si el
capital no crece, muere. Y si muere éste, concluyen sus apologistas, colapsa
todo el sistema.
La ciencia económica actual, en todas sus
variantes, parte de esa confusión: creer que el sistema es la vida. Por eso
también el socialismo carece de un diagnóstico crítico cuando sólo piensa la
contradicción capital-trabajo, porque lo verdaderamente amenazado por el
crecimiento exponencial es la naturaleza, es decir, la fuente última de toda
riqueza, o sea, la fuente de la propia vida humana. Cuando se habla de
crecimiento económico, en realidad se está hablando del crecimiento exclusivo
del capital y del mercado, y en eso consiste la advertencia que hacía Einstein:
el mayor problema de la humanidad es que no entiende el factor exponencial.
¿Qué significa eso? Que las condiciones finitas de nuestro planeta son
incompatibles con las expectativas de una acumulación siempre creciente de
riqueza.
Hoy día hay más riqueza que nunca en toda la
historia humana, pero su carácter concéntrico manifiesta una constante: la
riqueza actual es sólo posible si es proporcional al despojo producido. Ese
crecimiento acumulativo es sólo posible socavando las dos únicas fuentes de
riqueza: el ser humano y la naturaleza. En aquel informe ya se destacaba la
disparidad monumental de carácter global que había creado el sistema económico:
apenas el 20% rico del mundo era el único beneficiado del 80% de la riqueza
mundial. En 2014, la disparidad se había hecho no sólo irracional sino hasta
demencial. Los beneficiados de un sistema económico profundamente desigual e
injusto es el 1%, dejando al 99% restante encaminarse paulatinamente a un nuevo
holocausto, ahora de carácter global. El 1% rico del mundo son 70 millones. En
un mundo finito –cuyos recursos son también finitos–, el aprovechamiento
desmedido y creciente que hace ese 1% de todos los recursos planetarios, deja
al 99% restante sobrante; o sea, se vuelven prescindibles para el crecimiento,
o sea, “obstáculos del progreso y el desarrollo”. ¿Qué hacer con los
sobrantes?, se pregunta el 1%, ahora que la crisis climática ha descubierto la
condición finita de los recursos.
Ya no son sólo los indios sino que, ahora, es la
propia humanidad, la que aparece como obstáculo para la economía del
crecimiento. El propio Gandhi ya se daba cuenta de esto cuando decía que “este
mundo basta y sobra para toda la humanidad, pero no basta para la codicia de
unos cuantos”. ¿Qué pasa cuando esa codicia se hace sistema de vida? Entonces
tenemos al capitalismo. Por eso su lógica es suicida. Si no crece se muere,
pero crece a expensas de todo, como el cáncer. ¿Por qué la ciencia económica no
se da cuenta de eso? Si se hace una revisión histórica del contenido conceptual
de las categorías económicas actuales, descubrimos que la mitología liberal
empapa a todas las ciencias sociales.
En el caso de la economía, las “robinsonadas” de
las cuales parte, le hacen perder el sentido de la realidad, porque confunde a
un sistema económico con toda la realidad, es decir, la realidad producida
históricamente por
el capital aparece como el horizonte último de toda inteligibilidad posible. Se le escapa el principio de realidad porque toda tematización de lo posible resulta en una pura tautología teórica: afirma lo que hay como lo único posible porque parte de eso como única realidad.
Por eso también el socialismo fracasa, incluso
como “socialismo del siglo XXI”. Porque persiste en medir sus expectativas
económicas socialistas desde los mismos criterios economicistas liberales. Por
eso no son capaces de evaluar críticamente el carácter exponencial del
crecimiento económico y, a nombre incluso de ecosocialismo, no hacen otra cosa
que insistir en el paradigma del desarrollo. Porque además el capitalismo ya se
ha encargado, por medio de eufemismos (como el desarrollo alternativo, humano,
etc.), de encubrir el carácter mítico del desarrollo. Pero conviene aclarar,
una crítica al desarrollo no deviene en un No al desarrollo sino en ponerlo en
su verdadero lugar: el desarrollo no es un fin de la praxis humana y tampoco
podría establecer las finalidades de la economía, o sea, no puede ser criterio
de evaluación económica. El desarrollo, en sí, no define lo que hay que hacer,
porque las definiciones son deducidas del horizonte de vida planteada y éste
nunca se agota en parámetros desarrollistas. Un horizonte conforma siempre un
ámbito utópico de referencia al cual se pretende aproximar; los pasos
producidos en esa aproximación constatan si hay o no desarrollo en torno al fin
propuesto.
Lo que encubre el paradigma del desarrollo es
entonces ese fin nunca declarado y que constituye el horizonte valórico que
sustenta al desarrollo. Por eso el desarrollo se vuelve una trampa ideológica
cuando impone ese universo axiológico, que no es otro que aquél que justifica
la forma de vida moderna. La realidad que crea esa forma de vida se naturaliza,
es decir, se hace la única realidad y, valorizada positivamente, se constituye
como lo único posible y deseable. Por eso el socialismo de nuestras dirigencias
gubernamentales se hace desarrollista, porque cree ingenuamente que ese
universo axiológico es independiente del capitalismo; de ese modo creen que el
capitalismo, a nombre del desarrollo de las fuerzas productivas, es la etapa
necesaria previa para alcanzar al socialismo. Y, como no poseen categorías
críticas que les permita evaluar las consecuencias políticas de asumir los
valores desarrollistas, entonces, muy a su pesar, lo único que logran es
reponer al capitalismo y, de ese modo, hacen que nuestros pueblos se
constituyan en garantes de esa reposición.
Esto significa que, por transferencia de valor,
las crisis del primer mundo siempre las asume el Sur global; haciendo que las
potencias y, ahora, el Imperio en decadencia, restablezcan su centralidad.
Ahora que asistimos a una transición civilizatoria tripolar, ¿por qué no cae el
Imperio?, ¿por qué Europa, después del brexit, no se desmorona?, ¿por qué China
y Rusia no desplazan definitivamente a USA? Todo eso tiene que ver con el
horizonte de expectativas que se plantea la propia humanidad y que es retratada
por sus elites económicas y políticas. Todo el mundo sabe que el capitalismo es
ya insostenible, pero ¿por qué se sigue apostando por éste? Esta pregunta pone
en jaque a las ciencias sociales.
Toda la ciencia moderna está empapada de los
prejuicios modernos, parte de ellos y se funda en ellos. Pero estos prejuicios
no son meros prejuicios sino que constituyen sistema de creencias y, de ese
modo, constituyen la base de racionalidad, es decir, la base de cientificidad
de toda la ciencia moderna. Por eso la crítica al capitalismo no es crítica
real si no se advierte el horizonte último de inteligibilidad que presupone la
propia ciencia moderna. Si el componente material de un sistema de dominación
es un sistema de explotación, la economía capitalista constituye ese componente
material, pero este componente no es el componente real, tampoco la dominación
es sólo un componente formal, pues el componente formal lo constituye un
sistema de legitimación. Entonces, siendo la economía el componente material,
el campo formal lo constituirían la política y el derecho, porque ambos afirman
un presupuesto que se hace dogma en su propio horizonte de prejuicios: el
liberalismo. Y el socialismo no escapa a ese horizonte.
Pero el liberalismo no nace de la nada, sino es
el modo como se auto-comprende la subjetividad moderna. Es decir, la ciencia
moderna expresa, sostiene y desarrolla ese tipo de subjetividad pero, para que
esto no aparezca, se adjudica una pretendida universalidad que tiene el fin de
hacer desaparecer ese contenido nunca declarado. En eso consiste el
eurocentrismo. Y ese es el diagnóstico inicial de una descolonización
epistemológica. ¿Por qué el marxismo del siglo XX no es consciente de esto?
Una teoría del fetichismo debía haberle
conducido a una teoría de la descolonización; pero cuando sus teóricos asumen
el concepto de ciencia que produce la ciencia anglosajona, asumen también todo
su horizonte valórico y, de ese modo, se hacen inconscientes de aquello que
sostiene al capitalismo y que constituye la forma de vida que el sistema
económico se encarga de sostener y desarrollar a toda costa, incluso a costa de
la vida toda. Por eso la contradicción fundamental no es capital-trabajo y, en
la actual coyuntura global, esta contradicción sirve de poco a la hora de
realizar una evaluación en regla de lo que estamos viviendo y a lo que nos
estamos enfrentando como humanidad.
¿Por qué el capitalismo sigue en pie? Porque la
objetividad que ha producido el capitalismo es sólo posible de sostenerse y
desarrollarse si halla correspondencia con una subjetividad que la legitime. Al
marxismo se le escapó precisamente esta constatación: lo que en realidad
produce el capitalismo no es mercancías sino individuos. La mitología liberal
parte de la metafísica individualista y, en consecuencia, el capitalismo
produce individuos egocéntricos, egoístas y ególatras. Necesita producirlos,
porque sólo de ese modo, produce en la realidad el mito del cual parte y que
naturaliza al tipo de subjetividad que necesita para desarrollarse. Porque
ningún proyecto se impulsa por inercia sino que es impulsado por sujetos,
entonces, si no hay el tipo de subjetividad necesaria para impulsar un proyecto
de vida determinado, éste termina por fracasar. El éxito del capitalismo
entonces debe ser medido también por el tipo de subjetividad que produce y lo
produce gracias al tipo de consumo que produce, pues consumiendo es como el
proyecto que contiene se hace carne y se realiza. Entonces, insistir en los
criterios económicos liberales (políticos y jurídicos) sólo hace que el
capitalismo se reponga incluso bajo banderas de liberación que abrazan nuestros
pueblos (las primeras y constantes víctimas del proyecto moderno del
capitalismo). En ese sentido, desarrollarse siempre ha significado
modernizarse, es decir, afirmar un sistema de vida que cuanto más destruye más
riqueza produce.