martes, marzo 28, 2017

HACIA LA RECONSTITUCION DE "EL SER HUMANO COMO SUJETO"

Juan José Bautista S.
Este trabajo es un diálogo explícito con el último trabajo de Franz Hinkelammert titulado: La imaginación de una sociedad más allá de la explotación, la dominación, la guerra y el apocalipsis (de próxima publicación). Pero también con las ideas sostenidas en un trabajo suyo del 2008 llamado; La reconstitución del pensamiento crítico, donde explícitamente dice cómo es que el pensamiento crítico se podría re-constituir. En nuestra hipótesis, la reconstitución del pensamiento crítico, implica también la reconstitución de la humanidad del ser humano (que está siendo reducida sistemáticamente a objeto de dominación y explotación por el capitalismo), hacia su condición como “sujeto” no solo de la praxis y la liberación, sino de su condición humana como sujeto.
En este sentido, este texto también es un diálogo con algunas ideas relativas a la humanidad y la subjetividad humana en Marx que Hinkelammert  expone en su trabajo La imaginación de una sociedad más allá de la explotación… y además con las ideas del ser humano como sujeto, de Marx mismo. Es decir, estamos dialogando con Hinkelammert, y a su vez desde el modo cómo hemos desarrollado a Hinkelammert, con el propio Marx.
Como el título lo sugiere, se trata de reflexionar en torno de cómo es que el ser humano se puede reconstituir como humano, y como tal, en sujeto de  su propia humanidad, en un contexto en el que como ser humano está perdiendo no solo sus derechos como ser humano, sino que literalmente el capitalismo y la modernidad lo están convirtiendo ya no solo en objeto de dominación, explotación, colonización, etc., sino literalmente en “objeto” o cosa. Y como tal, incapaz de transformar esta situación, e inclusive incapaz de reaccionar siquiera ante esta situación inhumana que sigue creciendo  cada día más no solo con él como humano, sino con toda la realidad que posibilita su humanidad. Marx ya nos advertía que la degradación del ser humano a objeto había empezado con la objetualización del trabajador como mera mercancía. A su vez, Hinkelammert a fines de la década de los 90’s del siglo pasado mostraba cómo el capitalismo neoliberal estaba produciendo sistemáticamente; “desechables”, es decir, seres humanos denigrados, a objetos desechables de los que se puede prescindir sin ningún cargo de conciencia.
Todo esto se está dando en medio de una contradicción flagrante que aparece precisamente en esta modernidad capitalista neoliberal, cinco siglos después de haberse constituido en el modelo de “la humanidad” para todas las culturas y civilizaciones, es decir, para todas las humanidades.
Supuestamente en la modernidad estábamos en el estadio humano, cultural e histórico donde el ser humano después de tanta lucha, historia, odisea humana, progreso, evolución etc., se iba a constituir definitivamente en ser humano libre, racional, independiente y soberano. Y de pronto, desde mediados y fines del siglo XX empezamos a comprobar empíricamente ante todos nosotros, que estamos viviendo en una situación exactamente contraria respecto de las grandes promesas o tareas de la modernidad.
Porque no solo que el ser humano está más alienado, explotado y dominado, sino que ahora estamos asistiendo a la comprobación empírica de una época donde vemos no solo seres humanos constituidos ya ni siquiera en dominados o excluidos solamente, sino en literales objetos, es decir, en seres humanos que ya no se comportan como humanos, sino que piensan o creen no solo que no hay un más allá de esta forma de “relación social”, que en términos de Marx es de explotación y dominio, sino que frente a la catástrofe del calentamiento global, la destrucción del planeta, el asesinato diario de miles de inocentes y la creciente miseria a escala  mundial; nada, o casi nada, podemos hacer, salvo lamentarnos, o simplemente encoger los hombros con una triste sonrisa. Esto es, como  dice Hinkelammert, estaríamos viviendo existencialmente a nivel global, el “Ser para la muerte” ya no del fascismo hitleriano, sino del fascismo neoliberal global. Entonces; ¿qué pasado? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Y finalmente ¿cómo podríamos salir de este impase?
Lo primero que podríamos decir es que el discurso humanista y filosófico de  la  modernidad  había  sido  en  el  fondo,  mera  falacia  ideológica, encubridora de la producción sistemática de lo contrario, la negación del ser humano como sujeto. Esto es, el humanismo moderno que en el fondo es burgués, sería encubridor en el sentido de negador, de que no solo sirve para negar los derechos de los seres humanos, sino para degradarlo o degenerarlo a condición de objeto, para que ya no aparezca más como sujeto.
Esta situación nos está motivando a re-pensar las condiciones en las cuales se concebía al ser humano como sujeto. ¿Por qué decimos que el ser humano es sujeto?, o sino ¿cuándo es que el ser humano es o aparece como sujeto? Si recordamos y pensamos bien, el ser humano es Sujeto, porque está literalmente Sujeto-A; es decir, sujeto a algo, o alguien. Esto es, el ser humano es sujeto cuando está literalmente sujeto-a un tipo de relación, o religación, vinculación o conexión. Es decir, parece que existe un tipo de sujeción que hace que el ser humano sea Sujeto. Se trata de hacer esta reconstitución para recuperar la humanidad que estamos perdiendo.
El discurso ideológico y filosófico de la modernidad había afirmado desde  el principio que antes de la modernidad y el capitalismo, el ser humano estaba sometido a las leyes ciegas de la naturaleza, la iglesia, la comunidad y a las formas de dominio propias de relaciones irracionales del medioevo. Y que la modernidad era el estadio en el cual ella lo iba a liberar de todas estas formas de sujeción. Es bueno recordar que a todas las formas de sujeción no modernas, la modernidad indistintamente le llama de dominación, subordinación o sometimiento. Y que la liberación consiste en romper precisamente esas formas de relación que eran de sujeción, o dominio.
A la ruptura de estas formas de relación que supuestamente son de  dominio, la modernidad le llama liberación. Por ello se entiende la sistemática y persistente exaltación del ser humano como individualidad egocéntrica, cuyo fin ahora es por primera vez él mismo. Para lograr ello, el capitalismo tuvo que producir sistemáticamente esta ruptura, no solo con la comunidad, la naturaleza, las creencias y los mitos, sino que para  justificarlas racionalmente, tuvo que justificarlas primero teológicamente, luego ideológicamente y finalmente científica y filosóficamente como bueno, justo y racional todo este proceso, para hacer pensar o creer que todo este proceso de ruptura de esos tipos de relación, de conexión, o sujeción, era no solo de dominación, sino literalmente inhumanos.
Luego de 500 años, ahora en plena modernidad pensamos que el ser humano es sujeto, cuando no está sujeto a nada, salvo a sí mismo. A esto le llamamos el Individuo libre, o sea humano, esto es, racional. Pero, ahora estamos empezando a ver que justamente este tipo de ser humano “libre”, o sea sin ningún tipo de relación, conexión o sujeción, es el que ya no se comporta como humano, esto es como sujeto, capaz de transformarse a sí mismo y a toda la realidad, porque de haber sido creado, ahora el ser humano supuestamente iba a ser el creador o productor de toda la realidad, pero ahora vemos que ya no produce la realidad liberada que quiere, sino que poco a poco se está limitando a padecerla, ya no como sujeto, sino simplemente como objeto.

Veamos este proceso con calma. Marx muestra muy bien este proceso de inversión de la realidad. En la primera redacción de El Capital, que conocemos como Grundrisse… Marx muestra cómo lo primero que el capitalista y el capitalismo se plantean como problema, es el problema del consumo, esto es, de quiénes iban a consumir lo que ellos iban a producir, porque, como bien dice Marx, el capitalismo no solo produce una producción, sino que produce su propio consumo, y gracias a la producción de su consumo, es que puede reproducirse. Si no produce su propio consumo, es imposible su reproducción como capital.

lunes, marzo 27, 2017

HACIA UNA GEOPOLITICA DE LA "DIPLOMACIA DE LOS PUEBLOS"

Por Rafael Bautista S.
Toda reconfiguración en el tablero geopolítico global obliga a una re-conceptualización de los términos de integración en la nueva fisonomía planetaria que diseña un nuevo orden mundial. Integrarse no quiere decir capitular sino tasar en qué medida se asegura soberanía, administrando del mejor modo posible los grados de dependencia que se hereda y se adquiere en una distribución mundial de funciones. Un nuevo orden mundial impone nuevos equilibrios, los cuales evidencian un reemplazo de poderes y, concomitantemente, una nueva distribución de las áreas geoestratégicas, que hoy en día tiene que ver –de modo más apremiante– con el acceso, explotación y distribución de los recursos energéticos.
En ese sentido, para entender un nuevo contexto, se requiere de un nuevo marco de interpretación geopolítica que pueda proporcionarnos una perspectiva estratégica en la nueva disposición del tablero global. En ese contexto es que precisamos afinar conceptualmente lo que todavía, de modo retórico, aparece como “diplomacia de los pueblos”. La nueva objetividad que han constituido los procesos populares (no tanto los gobiernos) nos encomiendan la tarea de pensar y tasar las posibilidades de irradiación del poder estratégico que emerge de una nueva cosmovisión alternativa al paradigma hegemónico (aunque ya en plena decadencia) de la visión anglosajona de las relaciones internacionales.
En ese sentido también debemos reconstituir el concepto de geopolítica; consecuentes con una descolonización en el ámbito de la producción de conocimiento, conviene aclarar cómo esto acontece en la geopolítica. Por lo general se entiende a esta dimensión, la geopolítica (infrecuente en las ciencias sociales), como la lectura política del espacio geográfico. Pero las generalidades ayudan poco; pues con definiciones laxas no se puede impulsar, de modo clarificado, apuestas políticas concretas. En el caso de la geopolítica esto es inexcusable, pues es cuestión de vida o muerte; porque se trata siempre de sobrevivir, de modo estratégico, en un nuevo diseño global. Entones establezcamos, de modo sugerente, una aproximación más explícita al contenido del concepto que requerimos, de modo urgente, en esta transición civilizatoria.
Con la decadencia de Europa y USA y, con ellos, con el desplome paulatino y sistemático del paradigma de vida moderno-occidental, conviene proponer-nos alternativas, que empiezan teóricamente en el campo epistemológico y concluyen prácticamente en el ámbito político. Cuando se critica al socialismo del siglo veinte, curiosamente, no se explicita algo que concierne de sobremanera a la reflexión geopolítica: no se puede ofrecer un diagnóstico real del mundo que vivimos con categorías provenientes del siglo pasado (que responden a un orden ya fenecido), más aún si estas categorías corresponden a la cosmovisión imperial (donde los países pobres desaparecen de toda consideración).
El por qué la geopolítica es un asunto de suma importancia para el centro del mundo, pero no así para la periferia, muestra el grado de capitulación hasta epistémica que protagonizan las elites (políticas e intelectuales) de nuestros países. Porque básicamente en la dimensión geopolítica es donde se evidencia la clasificación antropológica que presupone la dicotomía centro-periferia, como la formalización cientificista del racismo metafísico moderno, sintetizado en la primera dicotomía moderna: civilizado-bárbaro, o sea, superior-inferior.
Esa dicotomía es lo que hace posible el sistema-mundo moderno. Sin esa dicotomía, de carácter desigual, no tiene sentido la administración jerárquica, racializada y estructuralmente injusta de la centralidad europeo-norteamericana por sobre el resto del mundo. Pero ahora nos enfrentamos al desplome de ese orden, impuesto por esa centralidad. El desplome se inicia el 2001, cuando el mundo unipolar proclama la “guerra contra el terrorismo”, inaugurando el reino de la propaganda mediática o mediocracia, como parte sustancial de las guerras de cuarta generación (conocida en la actualidad como “el mundo de la post-verdad”) que profetizaba un supuesto “choque de civilizaciones”, no siendo otra cosa que una guerra declarada de la globalización contra la humanidad y el planeta.
Los incautos todavía hablan y se empeñan en formar parte de algo que ya no existe. La globalización feneció el 2008 y las plataformas políticas de Trump, Marie Le Pen y Theresa May, por ejemplo, así lo confiesan. Los líderes conservadores de USA, Francia e Inglaterra, muy a su pesar, declaran que sus propias economías son la prueba fehaciente que el neoliberalismo fue un proyecto globalizador que tenía un único destinatario: el capital financiero transnacional (que necesita la subordinación de los Estados para hacer posible su reinado). Lo que la globalización neoliberal hizo al resto del mundo, se volvió contra ellos; por eso ahora sus estrategas –entre ellos el propio Henry Kissinger– diagnostican un posible retorno a la situación que imponía el famoso tratado de Westfalia, de 1648, donde se proponía un equilibrio entre potencias, una vez desmantelado el Imperio español. Eso significa una recuperación del concepto de soberanía y un equilibrio pactado de poderes; porque lo apremiante en la situación actual es que un conflicto entre regiones puede ser más letal que una lucha entre naciones. Lo que no se atreven a decir es que la cosmogonía geopolítica del primer mundo ya no goza de legitimidad mundial y que la propia sobrevivencia de sus Estados depende, muy a su pesar, de la ya iniciada des-globalización.

miércoles, marzo 01, 2017

BOLIVIA: EL “TERMIDOR” DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICO-CULTURAL

Por Rafael Bautista S.
Aquello que se ha denominado “proceso de cambio”, tenía sentido dentro de los márgenes de lo que constituía una “revolución democrático-cultural”. Esta caracterización era lo que distinguía y singularizaba al proceso de cambio que había originado el contenido nacional-popular de, sobre todo, octubre de 2003 (o lo ambiguamente denominado como “guerra del gas”). Por eso aquello significó una auténtica “crisis de Estado”. Las expectativas populares no apuntaban a la mera transferencia de poder o cambio gubernamental sino a la transformación del Estado en cuanto recuperación de la soberanía popular. Esto significaba la reconstitución del poder popular; por ello la “crisis de Estado”, no sólo del modelo neoliberal, exigía una transformación del concepto mismo de Estado.
El sentido significativo del Estado plurinacional constituía una crítica radical al Estado liberal-moderno-colonial, de lo cual se deducía, lógica e históricamente, una transformación de sus contenidos no sólo normativos sino de la razón misma de su existencia. Este nuevo horizonte de expectativas nos ponía a la altura de un nuevo siglo que amanecía con la impronta de la crisis climática, consecuencia de la civilización petrolera del “progreso” y el “desarrollo” modernos, y originaba un nuevo desiderátum global en torno a una postulada transición civilizatoria.
Por eso no fue casual que el horizonte de expectativas contuviese un nuevo paradigma de vida: el “vivir bien”. Si la vida toda estaba en juego entonces era el sentido de la vida lo que había que resignificar, como condición de todo nuevo proyecto político. La propuesta boliviana ponía las cosas en su debida magnitud. Por eso tenía y sigue teniendo sentido una “transición civilizatoria”. La modernidad y el capitalismo mismo había llegado a sus límites y donde más se advertía aquello era en Europa y USA. La crisis económico-financiera se desato allí, desde el 2008, con el antecedente previsto ya en 1972, cuando el “Informe del Club de Roma”, se intitula “Límites del Crecimiento”. Citemos a Kenneth Boulding: “cualquiera que crea que un crecimiento material infinito es posible en un planeta físicamente limitado, o es un loco o es un economista”. Esa locura, en términos científicos, se llama irracionalidad. O sea, la propia racionalidad económica moderna imperante, ahora neoliberal, era la causa del conjunto de irracionalidades que aparecían como calentamiento global o crisis climática, es decir, como la imposibilidad acelerada de la vida en el planeta.
Una “transición civilizatoria” implica un nuevo paradigma de vida y éste ya no puede deducirse del paradigma cultural y civilizatorio que ha originado a la economía capitalista y la cultura del “progreso infinito”. Son las propias contradicciones del mundo moderno capitalista lo que ha originado un descredito de su propio paradigma de vida. Desde la modernidad, afincada en un euro-gringo-centrismo fundamentalista, no se vislumbra ninguna alternativa (menos ya no sólo para el tercer mundo sino para el 99% que deja a su suerte el 1% rico del mundo); si todo se reduce a su provinciana perspectiva (Europa y USA), la humanidad estaría condenada fatalmente a su extinción (sin que pueda hacerse nada, salvo celebrarla dionisiacamente).