JUAN JOSÉ BAUTISTA S.
IX.
DE LA DIALÉCTICA MODERNA DEL DESARROLLO DESIGUAL HACIA UNA DIALÉCTICA
TRASCENDENTAL DEL DESARROLLO DE LA VIDA HACIA UNA IDEA DEL DESARROLLO
TRANSMODERNO
HACIA
UNA DIALÉCTICA DEL DESARROLLO DE LA VIDA
En la reflexión
metodológica que Marx hace en la famosa introducción a los Grundrisse de 1857,
describe el modo como procede metodológicamente la economía política de su
tiempo, pero todavía no su método. En la introducción a la Contribución a la crítica
de la economía de 1859 tampoco desarrolla su método, sino que apenas lo
insinúa. En la introducción a la segunda edición de El Capital de 1872, Marx
vuelve a cuestiones metodológicas donde insinúa haber intentado o intentar
exponer no sólo su método, sino el modo como él cree que se debe poner de pie a
la dialéctica hegeliana. Supuestamente Marx no vuelve más a cuestiones
metodológicas; supuestamente, porque el tomo I de El Capital es, en palabras de
su propio autor, un todo lógico y metodológico. Esto quiere decir que el método
de Marx no vamos a encontrarlo en un texto, tratado, ensayo o libro aparte,
sino en su obra misma, esto es, en El Capital, especialmente en el tomo I,
porque, como dice, este libro es como un todo artísticamente concebido, metodológicamente
hablando por supuesto. En nuestra opinión y siguiendo a Hinkelammert, pensamos
que el método o el modo como él concibe que debiera ser la dialéctica puesta de
pie, está en este primer tomo, especialmente en el apartado llamado «El
carácter fetichista de la mercancía y su secreto», aunque no de modo explícito
o teórico como normalmente se tienen las reflexiones relativas al método. ¿Por
qué? Porque en nuestra opinión, cuando Marx ha descubierto que el método
dialéctico de Hegel es la inversión o mixtificación de la dialéctica, ha sido
porque también ha descubierto que la dialéctica de Hegel expresa bien y
lógicamente la inversión que efectivamente existe en la realidad producida por
el capitalismo. Esto es, la inversión que el capitalismo ha producido en la
realidad como una realidad puesta o impuesta por el capital, ahora la filosofía
de Hegel la interpreta como si la realidad fuese así sin más. Por eso hay
correspondencia entre la filosofía de Hegel, el capitalismo y la modernidad;
por ello mismo, la filosofía de Hegel justifica la modernidad como el
desarrollo verdadero de la humanidad, porque su filosofía representa la toma de
conciencia de lo que la modernidad es para sí misma y ante sí misma, esto es,
es su fiel espejo teórico. Por eso para Marx, así como el capitalismo invierte
la realidad, la filosofía de Hegel aparece también invertida, especialmente su
dialéctica. De lo que se trata entonces es de ponerlas de pie a ambas, la
dialéctica por un lado, pero también la realidad. Como la obra de Marx tiene,
aparte de la teórica, una pretensión explícita de influir en la política,
piensa y cree que, antes de poner de pie al método (que sería la pretensión
teórica), primero hay que poner de pie a la realidad (la cual sería la
pretensión política), y esto es lo que hace –según nuestra hipótesis– en el
tomo I de El Capital. Por ello en la teoría del fetichismo, el momento más
epistemológico y metodológico de El Capital, Marx muestra el horizonte desde el
cual el capitalismo se entiende y percibe a sí mismo, esto es, siguiendo la
lógica dialéctica, para entender la conciencia y la autoconciencia primero hay
que entender el espíritu contenido en la razón. O dicho de otro modo, para
entender la Doctrina del Ser y la Esencia hegelianas, primero hay que entender
la Doctrina del Concepto. O dicho de otro modo, para entender las
contradicciones que aparecen en el capitalismo, esto es, el aparecer del Ser,
no hay que partir de su mismo modelo ideal, o sea, de la modernidad, porque, si
no, no vamos a comprender lo que se quiere negar y que el capitalismo afirma a
cada momento. Es decir, las grandes contradicciones que producen el capitalismo
y la modernidad, sólo nos aparecen cuando explícitamente partimos de otro
modelo ideal, y no así del que sostiene al capitalismo y la modernidad. Por eso
Marx nos habla explícitamente de su Reino de la Libertad (que es otro modelo
ideal), a partir del cual podamos imaginar no sólo otras formas de relación
social más humanas, sino también las grandes contradicciones malsanas que
produce a diario el capitalismo y que la modernidad justifica como el precio
del desarrollo. Porque si vemos nuestras contradicciones o las contradicciones
que produce esta realidad capitalista desde los mitos modernos del desarrollo,
éstas desaparecen o, si no, aparecen como sacrificios necesarios que hay que
hacer, o, en el peor de los casos, como contradicciones que hay que superar, o
sea, hacer desaparecer. Éste, en nuestra opinión, es el nudo gordiano en el que
se debate todo nuestro proceso de cambio, entre convertirse en otro proceso
emancipatorio más o volverse un auténtico proceso revolucionario. Porque cuando
nuestros líderes, dirigentes y gobernantes ven o comprenden a Bolivia desde la
concepción de progreso y desarrollo que la modernidad ha producido, se deducen
como tareas políticas las que ellos están impulsando hoy: más desarrollismo,
extractivismo y mercado capitalista. Pero cuando vemos a nuestro mismo proceso
desde la concepción de vida contenida en nuestros pueblos, estas mismas políticas
aparecen completamente contradictorias con el sentido del proceso que se quiso
impulsar desde el principio. La política contradictoria que aparece hoy en
nuestro proceso de cambio, se debe en gran medida a que muchos de nuestros
dirigentes, funcionarios del gobierno y analistas están interpretando las
contradicciones de nuestro proceso desde la perspectiva de la realidad
invertida, esto es, desde el marco categorial del capitalismo y la modernidad.
Y así, diciendo que están en contra del capitalismo, están impulsando medidas
similares a las que cualquier otro país capitalista podría hacer (es cierto que
tienen un corte más o menos nacionalista, pero en el fondo es lo mismo). Por
eso los actores o sujetos políticos que no tenían ni tienen una pretensión capitalista
y moderna, ahora están enfrentando directamente estas políticas implementadas
por el gobierno del compañero y hermano Evo Morales. No es casual que esta
política contestataria surja precisamente de los sujetos que no tienen
conciencia, cultura, memoria o historia capitalista o moderna, sino ancestral.
Esto es lo que caracteriza a los pueblos andino-amazónicos originarios, la
conciencia de que la cosmovisión de la realidad es completamente distinta a la
moderna y occidental. Por ello mismo, tampoco es casual que los campesinos
cocaleros, pero especialmente los campesinos «colonizadores», sean la principal
fuente de apoyo para este proyecto modernizante de la vida, la política y la
realidad bolivianas, los cuales ahora quieren convertirse en la nueva
oligarquía, o sea, en la nueva clase dominante, y para ello han tomado ahora
literalmente el poder. Porque éstos, producto de 500 años de colonización
moderna, ya se están modernizando, y por eso quieren para ellos y para el país
lo que la modernidad ha producido en otras latitudes, pero no en la nuestra.
Dicho de otro modo, ahora los que supuestamente están impulsando una política
descolonizadora, son los que siguen colonizados, y la prueba es que no se dan
cuenta de ello. Identifican la colonización solamente con la racialización de
la política, en el sentido de que la colonia produjo una política meramente
racista, lo cual es cierto en parte, porque hasta antes de este siglo sólo los
blancos criollos tenían acceso al manejo de las instituciones políticas. Pero
ahora lo que estamos viendo es que no basta con que un campesino esté en el
poder, porque este campesino de piel morena puede estar en las instituciones
estatales con la misma conciencia colonizada que se quiso y quiere superar. No
nos estamos refiriendo a la conciencia de la oligarquía, sino a la conciencia
moderna. Dicho de otro modo, así como en el Brasil de Lula un obrero tuvo que
hacer el trabajo que muchos empresarios y académicos no pudieron hacer, así
también en nuestro país parece que un campesino va a tener que hacer lo que los
políticos criollos de la oligarquía no pudieron hacer durante 180 años, pero el
proyecto es el mismo que tuvieron los empresarios. En el caso de Lula, no es el
proyecto de los obreros, el cual hubiese sido el socialismo. En el caso del
hermano Evo, no es el proyecto de los pueblos originarios, el cual hubiese sido
el socialismo comunitario, sino que en ambos es el mismo proyecto de país y de
nación que la modernidad capitalista ha producido, en contra tanto de obreros y
campesinos, pero especialmente en contra de todo tipo de pueblo originario.
Este problema nos remite, ahora sí, al centro de nuestro problema, el que tiene
que ver con el tipo de conciencia con el cual se impulsan tal o cual tipo de
acciones políticas, el cual a su vez tiene que ver con la estructura de valores
que objetivamente se despliega en nuestra realidad y que en última instancia es
el contenido del grado de racionalidad o no de las acciones políticas que los
sujetos despliegan en la realidad.
EL
CÁLCULO DE LA ACCIÓN RACIONAL COMO ESTRUCTURA DE VALORES
Ahora el problema es
saber cuándo un campesino, indio o intelectual indigenista se comporta como
tal, y cuándo siendo campesino, indio o intelectual de rostro indígena se
comporta o actúa como si no lo fuese, es decir, cuándo alguien que tiene
racialmente la piel indígena piensa, actúa y vive como colonizado, es decir,
como si fuese moderno y hasta capitalista (porque se puede ser socialista).
Pero también, de modo inverso, no todo ser humano de rasgos blancoides es
necesariamente racista o colonizado, porque puede no serlo. Como muchas veces
hemos insistido, el problema de la colonización, en última instancia, no es un
problema racial sino un problema de concepción, de cosmovisión, de conciencia,
de un tipo de racionalidad, o sea, intersubjetivo. Por ello tiene que ver con
los valores con los cuales los sujetos justifican racionalmente sus acciones
personales y políticas. Dicho de otro modo, el terreno último en el cual se
debate el problema de la colonización es el de la subjetividad de los sujetos,
con la cual los sujetos ponen o impulsan acciones objetivamente en la realidad,
es decir, la realidad objetiva de la colonización se debe a que una
subjetividad colonizada ha producido este tipo de realidad. Éste es el lugar de
la colonialidad, pero no sólo del poder, sino, en este caso, de la modernidad,
la cual ha producido objetivamente un tipo de racionalidad, como cálculo
racional, cuyo contenido es una determinada estructura de valores, pertinentes a
esta forma de dominio. En la modernidad, a este problema se lo denomina
formalmente como el cálculo de las acciones racionales, denominación formal que
encubre una estructura de valores de carácter colonial. Dicho de otro modo, la
racionalidad moderna inicia en el siglo XX un proceso de formalización tal, que
pareciera que ahora la racionalidad moderna no es portadora de valores sino
formal, o sea, carente de valores. Sin embargo, esta formalización encubre no
sólo los valores modernos contenidos en la racionalidad moderna, sino también
el carácter colonial de ésta. Esto es, los sujetos individuales, sociales y
políticos despliegan objetivamente sus actos y acciones en el marco de la
existencia real y objetiva de una estructura de valores colonizados a partir de
los cuales se entiende el sentido o inteligibilidad de sus actos o acciones
cuando se presentan a sí mismos como racionales. Quisiéramos insistir en este
punto: no es que se enseñe solamente a ser colonizador o colonizado, sino que
es preciso que esta estructura exista objetivamente en la realidad para que
funcione el sistema de valores del colonizador/colonizado. Esta realidad
capitalista y moderna producida por el colonizador es la que subjetivan en la
conciencia tanto el colonizador como el colonizado. Esto es, los valores con
los cuales se comportan éstos, no los toman de su conciencia, sino de la
realidad objetiva, porque objetivamente existen estos valores colonizados en
este tipo de realidad, los cuales los racionalizan la ciencia moderna y la filosofía.
Por eso decimos que la modernidad, para poder desarrollarse, ha producido no
sólo el capitalismo sino también la sociedad moderna y el individuo moderno. No
sólo la sociedad moderna sino también el capitalismo necesitan de la existencia
de este tipo de individuo que calcula todo tipo de acción racional en función
de sus propios intereses, de su propio egoísmo. A este tipo de acción sobre la
que se yergue la racionalidad moderna la llamamos. Siguiendo a Hinkelammert,
«cálculo del interés inmediato». En el tipo de realidad objetiva que ha
producido la modernidad, el individuo actúa o despliega sus acciones haciendo
este tipo de cálculo, es decir, en función de si a él como persona le va bien o
mal, deduce si la realidad está bien o mal, y esto casi de modo inmediato,
porque el individuo moderno, ante la realidad, se tiene a sí mismo como
criterio inmediato de evaluación del éxito o no de sus acciones. Este tipo de
intersubjetividad es la que produce el capitalismo objetivamente, y en la
medida que lo desarrolla puede el capitalismo desarrollarse también, y cuando
lo produce como realidad cultural, esto es, como acción racional que no se
limita sólo al campo económico, sino también al político, pedagógico, ético,
estético y social, tenemos entonces la modernidad ya no sólo como realidad
cultural sino como una forma de racionalidad que produce su propio sistema de
valores, a partir del cual, valorando lo que es racional, deduce lo que es
moderno o, a la inversa, deduciendo lo que es moderno, deduce lo que es
racional, o sea, viable, posible y deseable. Una vez que este tipo de realidad
ha acontecido, entonces ya no es necesario que las instituciones pedagógicas
refuercen el desarrollo de este tipo de sistema de valores en el cual siempre
aparecen ahora como lo más viable, deseable y racional ya no sólo el
capitalismo sino la modernidad, porque este sistema de valores existe ahora
objetivamente en la realidad, de la cual el individuo lo aprehende, lo
subjetiva y constituye ahora su conciencia de ese modo, porque ve que la
realidad funciona de este modo. Aunque aparezca como cruel, insensato e
inmisericorde, ahora el individuo juzga que la realidad es así. De este ser
deduce su propio deber ser. Si el individuo quiere sobrevivir, debe comportarse
o actuar de acuerdo a la lógica objetiva de la realidad moderna, la cual opera
en función de los intereses individuales, grupales o corporativos, pero nunca
en función de la sociedad toda, de la humanidad toda, peor de la naturaleza.
Este tipo de realidad que han producido ahora el capitalismo y la modernidad,
arrasa con toda otra forma de vida, de cultura e historia que no se comporte de
este modo, porque, frente a este tipo de racionalidad, todas las otras formas
de vida sucumben, ya que su sistema de valores no es tan cruel como el de la
modernidad. Por eso se entiende que muchos indígenas y campesinos que han
luchado años y hasta generaciones por salir de la miseria y el abandono a los
que el Estado oligárquico los ha postrado, cuando se dan cuenta de que su
sistema de valores no funciona en este tipo de realidad, que sus concepciones
de la realidad, la naturaleza y la vida no sólo son negadas y pisoteadas, sino
que no les permiten salir de la miseria económica, opten por abandonar su
propio sistema de valores, de concepciones, de creencias y conocimientos y
asuman como verdaderos o reales los valores de la modernidad. Cuando estos
sujetos subjetivan esta nueva realidad, la del capitalismo y la modernidad, es
cuando ahora tienen conciencia moderna, esto es, ahora empiezan a sumirse en el
proceso de negar lo que son para querer ser lo que no son, modernos. Entonces
buscan desarrollo moderno, buscan dinero, capital para invertir y ganar, y
cuando lo logran, no sólo se sienten modernos, sino que miran a sus ancestros
como atrasados, indios, ignorantes y subdesarrollados. Ahora sí creen que el
dinero –o sea, el capital– lo es todo. Por eso, cuando llegan a las
instituciones estatales, buscan desesperadamente hacer lo mismo que siempre han
hecho las oligarquías, hacerse con dinero lo más pronto posible, para poder
ser. Porque, sin dinero, ahora sienten que son nada. Esto es lo que sucede
cuando nuestros campesinos o mestizos se ven a sí mismos con la cosmovisión de
la colonialidad moderna. Han luchado centenariamente para que se los reconozca,
pero cuando empiezan a lograr reconocimiento, quieren que se los reconozca como
modernos, ya no como indios, por eso ahora quieren hacer lo que hace cualquier
moderno, producir más desarrollo moderno, a costa de la negación sistemática de
lo que eran y que ya no quieren ser. Ahora identifican metafísicamente su
propia cultura con lo subdesarrollado y lo moderno con lo desarrollado. Esta
percepción de la realidad es la que les impide ver que la negación de lo propio
es lo que busca la dialéctica maldita de la modernidad, para mantenernos al interior
del subdesarrollo moderno; esto es, buscando desarrollarnos a lo moderno, lo
único que logramos es perpetuar el subdesarrollo al interior nuestro. En una
situación como ésta, el problema ya no es sólo objetivo sino fundamentalmente
subjetivo, es decir, ahora el problema somos nosotros, nuestra conciencia
enajenada, colonizada, es decir, modernizada. Ahora de lo que se trata es de
tomar conciencia de lo que hemos llegado a ser, de lo que éramos y de lo que
queremos ser, pero ya no desde la conciencia o cosmovisión moderna, sino desde
la conciencia que aún late en el fondo negado de nuestro ser y que aparece un
poco en lemas como el Suma Qamaña, Ñandereco (Vida armoniosa), Teko Kavi (Vida
buena), Ivi Maraei (Tierra sin Mal) y Qhapaj ñan (Camino o vida noble) y que
tenemos que desarrollar nosotros mismos para no seguir cayendo en el
subdesarrollo moderno.
…continuara…
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