La colonización moderna ya no constituye meros tributarios sino que estos tributarios empiezan a consentir, por una suerte de servidumbre voluntaria, una tributación ya no sólo de riqueza sino hasta de su propia humanidad. Por eso las primeras colonizadas resultan ser las elites, pues éstas son formateadas como las más fieles administradoras de este vaciamiento sistemático de la humanidad de sus propios pueblos. Rafael Bautista S. reflexiones des-coloniales
miércoles, junio 18, 2014
EVALUACION DEL G77 EN ABYA YALA TV
domingo, junio 01, 2014
HACIA UNA GEOPOLITICA DEL MAR, DEMANDA ANTE LA HAYA
Por Rafael Bautista S.
La demanda boliviana que será
interpuesta ante La Haya –aplaudida en los cuatro rincones de nuestra patria–
adolece, sin embargo, de un detalle que no es menor. Y en la exposición de ese
detalle es que nos permitimos llamar la atención, no sólo del gobierno, sino de
la “nueva disponibilidad común” que se ha producido en torno a nuestra
indeclinable reivindicación marítima.
Todas las apuestas del Estado boliviano
han apuntado siempre a diluir el asunto en estrategiasjurídicas que no hacían
otra cosa que asumir, de principio, la vigencia y legitimidad de los tratados
emanados de un factum inadmisible: el derecho fundado en la victoria. Aquella
asunción significaba admitir la legitimidad jurídica del factum mismo: la
invasión chilena al Litoral. Asumir como realidad, incluso jurídica, el factum
que asume el vencedor como legitimación de su derecho es lo que nunca cuestionó
la diplomacia boliviana; en consecuencia, aunque demandara la desposesión,
afirmaba –muy a pesar suyo, porque partía de esa aceptación de hecho– el
derecho del vencedor.
El Estado señorial hereda, de ese
modo,un fracaso que desnuda el poder aparente que ostenta: la subordinacióna lo
extranjero es lo que remata su vocación entreguista. De aquello se deriva la
mezquindad de sus apuestas. Después de arrebatado el Litoral por invasión, se
lo vuelve a perder en lo jurídico, admitiendo un factum que significaba la
renuncia propia al territorio y la exculpación de la complicidad oligárquica.
La continuidad señorialistasignificaba la exculpación de su fracaso histórico.
Si alguna dignidad poseía elEstado
vencido no podía jamás admitir que los derechos de su nación quedaban
conculcados por aquella invasión; desde entonces, no hay demanda boliviana que
haya denunciado el “derecho” que reivindica el agresor. Así fue hasta la
postura que asume nuestro presidente en la última reunión de la CELAC.
Toda remisión jurídica caía en la trampa
de renunciar al derecho propio y consintiendo el “derecho” que imponía el
vencedor como base de toda negociación; de ese modo el vencido legitimaba su
condición impuesta.Por eso ninguna demanda boliviana podía jamás prosperar, a
no ser por renunciar a algo más, es decir, a ofertarse todavía más sin siquiera
resarcir soberanía sobre lo despojado.
El Estado chileno generó las condiciones
para esa subordinación, lo cual significa que antes y después de la invasión a
nuestro Litoral, la influencia chilena era un hecho entre las elites
bolivianas. Influencia que hace escuela en la elite política; no otra cosa son
las declaraciones de Víctor Paz, en pleno neoliberalismo, afirmando que el
comercio con Chile es “muestra de reciprocidad entre dos pueblos hermanos”
(como si el comercio lo dirigieran los pueblos). Esa suerte de entreguismo
vocacional es lo que usufructuaron otros, en desmedro siempre nuestro. La
xenofilia de las elites fue lo que afirmó el carácter periférico de la política
boliviana.
Si toda apuesta boliviana fracasa, es
porque nunca se generó las condiciones para remontar la dependencia, de modo
que se pueda tener márgenes soberanos de negociación. No es lo mismo negociar
suplicando favores que reclamando deudas(más aun si se cuenta, no sólo con la
verdad, sino con medios de presión). La posición boliviana siempre fue
ratificar las condiciones que impuso el Estado chileno, de modo que su margen
de acción era casi siempre nulo.
De lo que adolece la demanda actual, es
que nace huérfana (replicando la historia anterior) si no es acompañada por una
decidida política de Estado que genere las condiciones para remontar
definitivamente las prerrogativas chilenas. Si toda tratativa era acompañada
por condiciones siempre desfavorables para nosotros, lo que ahora sensatamente se
debiera promover es un contexto distinto, donde las condiciones impuestas por
el Estado chileno, ya no sean el límite infranqueable de toda negociación. Aquí
es donde la geopolítica cobra relevancia.
Etiquetas:
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LA MALDICIÓN QUE ARRASTRAN LOS IMPERIOS
Un nuevo éxodo acontece
en el siglo XXI, quizás de mayor trascendencia que aquel que inaugura la
historia de las liberaciones. Antes se trató de una salida, ahora la salida ya
no es posible (posible es la liberación de los pueblos, inminente la caída de
la otrora potencia unipolar y apremiante un nuevo orden mundial). El poder
imperial se ha magnificado y ensoberbecido, pero eso no le hace más poderoso
sino más vulnerable; por eso inaugura su decadencia con el derrumbe de sus
santuarios: precipitando sus torres (de Babel), precipita su propia caída. La
salida ahora se expresa como retorno; no sólo por la privatización y
mercantilización de la vida y del planeta, sino por devolverle al mundo, y a
nosotros, el equilibrio destruido en cinco siglos de explotación inmisericorde
e irracional. No hay salidas: nuestro mundo es uno solo. Pero hay alternativas.
Si el capital es la muerte, la alternativa es la vida: la vida de la humanidad
y la vida de la naturaleza. Por eso tiene sentido el retorno; si el desarrollo
que nos promete el primer mundo nos conduce al suicidio, la revolución consiste
en frenar esa carrera insensata: si ya no se sabe hacia dónde se va, es
menester hacer un alto, darse la vuelta y ver de dónde se ha venido. Retornar
quiere decir: recuperar los caminos que, como humanidad, habíamos perdido (en
cinco siglos de empoderamiento del sistema-mundo moderno). Si lo que propone el
primer mundo es vivir mejor; la pregunta inevitable es: ¿mejor que quién? Cinco
siglos de modernidad responden: mejor que el resto del mundo; por eso
enjuiciamos, de modo categórico, al “desarrollo” moderno: ese “desarrollo” es
subdesarrollo nuestro, la riqueza del primer mundo es miseria para el resto del
mundo, el precio de esa riqueza es la muerte de la humanidad y de la
naturaleza.
Pero el imperio no
escucha y, en esa sordera, precipita su propio derrumbe. Así como se endureció
el corazón del faraón, así se endurece el corazón del imperio; y todas las
plagas que provoca son plagas que salen de su boca. La primera plaga hiere al
río Nilo, cubriéndolo de sangre; lo que era objeto de culto, para los egipcios,
se derrumba ante sus propios ojos (el Nilo era considerado una divinidad; la
vida provenía de sus aguas, que llenaba de verdor el desierto inmediato al
río). Si el objeto actual de culto es el dólar, ¿qué representa la crisis
financiera? Si el poderío militar gringo era el alarde imperial, ¿qué
significan las derrotas en Irak y Afganistán? Si el control del petróleo del
Medio Oriente era la garantía de la hegemonía norteamericana, ¿qué significa la
pérdida de ese control? Para decirlo en los términos que le gusta al
fundamentalismo gringo, en lenguaje apocalíptico y milenarista: ¿no estaremos presenciando
la primera de las plagas que inaugura el colapso del imperio?
La narración mítica que
evoca la liberación de los esclavos despierta, en la historia posterior, sólo
la decrépita fetidez de la decadencia del imperio egipcio. Ya nadie rememora su
esplendor, pero todos rememoran los milagros de la liberación; es decir, lo que
permanece, en la historia, no es el imperio aquél sino la liberación de los
esclavos. Después de aquello, Egipto nunca volvió a recobrar el esplendor
milenario del imperio más antiguo de la historia de la humanidad. Babilonia
corrió también una suerte parecida, la misma que arrastra a Roma (el paradigma
moderno, pues hasta en su arquitectura, siempre busca evocarla). Es una
maldición que arrastran los imperios. Semejante destino replican aquellos que
se alzan en la época moderna: son gigantes de bronce con pies de barro. Por eso
su decadencia es siempre interna. El peso de su poder se hace tan descomunal
que, precisamente, ese peso, los desmorona por dentro. Pero no es sólo un peso físico
(militar por ejemplo), sino el peso de la arrogancia y la soberbia: escupen a
los cielos sus propósitos perversos quienes en la tierra se alzan como si
fueran dioses. España fue imperio alrededor de tres siglos, Inglaterra logra su
hegemonía mundial por casi un siglo, Estados Unidos apenas supera el medio
siglo pero, ya en plena decadencia, arrastra esa maldición como penitencia.
¿Presenciaremos en sus demenciales apuestas bélicas la catastrófica caída del
imperio más soberbio en la historia de la humanidad?
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