Un nuevo éxodo acontece
en el siglo XXI, quizás de mayor trascendencia que aquel que inaugura la
historia de las liberaciones. Antes se trató de una salida, ahora la salida ya
no es posible (posible es la liberación de los pueblos, inminente la caída de
la otrora potencia unipolar y apremiante un nuevo orden mundial). El poder
imperial se ha magnificado y ensoberbecido, pero eso no le hace más poderoso
sino más vulnerable; por eso inaugura su decadencia con el derrumbe de sus
santuarios: precipitando sus torres (de Babel), precipita su propia caída. La
salida ahora se expresa como retorno; no sólo por la privatización y
mercantilización de la vida y del planeta, sino por devolverle al mundo, y a
nosotros, el equilibrio destruido en cinco siglos de explotación inmisericorde
e irracional. No hay salidas: nuestro mundo es uno solo. Pero hay alternativas.
Si el capital es la muerte, la alternativa es la vida: la vida de la humanidad
y la vida de la naturaleza. Por eso tiene sentido el retorno; si el desarrollo
que nos promete el primer mundo nos conduce al suicidio, la revolución consiste
en frenar esa carrera insensata: si ya no se sabe hacia dónde se va, es
menester hacer un alto, darse la vuelta y ver de dónde se ha venido. Retornar
quiere decir: recuperar los caminos que, como humanidad, habíamos perdido (en
cinco siglos de empoderamiento del sistema-mundo moderno). Si lo que propone el
primer mundo es vivir mejor; la pregunta inevitable es: ¿mejor que quién? Cinco
siglos de modernidad responden: mejor que el resto del mundo; por eso
enjuiciamos, de modo categórico, al “desarrollo” moderno: ese “desarrollo” es
subdesarrollo nuestro, la riqueza del primer mundo es miseria para el resto del
mundo, el precio de esa riqueza es la muerte de la humanidad y de la
naturaleza.
Pero el imperio no
escucha y, en esa sordera, precipita su propio derrumbe. Así como se endureció
el corazón del faraón, así se endurece el corazón del imperio; y todas las
plagas que provoca son plagas que salen de su boca. La primera plaga hiere al
río Nilo, cubriéndolo de sangre; lo que era objeto de culto, para los egipcios,
se derrumba ante sus propios ojos (el Nilo era considerado una divinidad; la
vida provenía de sus aguas, que llenaba de verdor el desierto inmediato al
río). Si el objeto actual de culto es el dólar, ¿qué representa la crisis
financiera? Si el poderío militar gringo era el alarde imperial, ¿qué
significan las derrotas en Irak y Afganistán? Si el control del petróleo del
Medio Oriente era la garantía de la hegemonía norteamericana, ¿qué significa la
pérdida de ese control? Para decirlo en los términos que le gusta al
fundamentalismo gringo, en lenguaje apocalíptico y milenarista: ¿no estaremos presenciando
la primera de las plagas que inaugura el colapso del imperio?
La narración mítica que
evoca la liberación de los esclavos despierta, en la historia posterior, sólo
la decrépita fetidez de la decadencia del imperio egipcio. Ya nadie rememora su
esplendor, pero todos rememoran los milagros de la liberación; es decir, lo que
permanece, en la historia, no es el imperio aquél sino la liberación de los
esclavos. Después de aquello, Egipto nunca volvió a recobrar el esplendor
milenario del imperio más antiguo de la historia de la humanidad. Babilonia
corrió también una suerte parecida, la misma que arrastra a Roma (el paradigma
moderno, pues hasta en su arquitectura, siempre busca evocarla). Es una
maldición que arrastran los imperios. Semejante destino replican aquellos que
se alzan en la época moderna: son gigantes de bronce con pies de barro. Por eso
su decadencia es siempre interna. El peso de su poder se hace tan descomunal
que, precisamente, ese peso, los desmorona por dentro. Pero no es sólo un peso físico
(militar por ejemplo), sino el peso de la arrogancia y la soberbia: escupen a
los cielos sus propósitos perversos quienes en la tierra se alzan como si
fueran dioses. España fue imperio alrededor de tres siglos, Inglaterra logra su
hegemonía mundial por casi un siglo, Estados Unidos apenas supera el medio
siglo pero, ya en plena decadencia, arrastra esa maldición como penitencia.
¿Presenciaremos en sus demenciales apuestas bélicas la catastrófica caída del
imperio más soberbio en la historia de la humanidad?
¿Ironías de la vida o
justicia histórica? Esta decrepitud empieza a carcomer, de modo ostensible, las
economías de las potencias que se originaron a lo largo de la época moderna.
Pues no se trata sólo de Estados Unidos e Inglaterra (hijos putativos de la
libertad y la democracia), comprometidos en una doble guerra financiera global,
contra el yuan chino y contra el euro; sino que, resultado de la crisis
financiera y producto del complot mediático de la banca anglosajona, España y
Portugal (junto a Grecia e Irlanda) parecen ser los primeros sacrificados del
colapso que amenaza a la eurozona. Francia y Alemania actúan a la defensiva y
se arriman a Rusia, algo impensable después de la caída del muro, pero algo
inevitable ante la debacle europea. Europa y Estados Unidos se preguntarán:
¿cómo es que nos arrastra esta decadencia si somos los creadores de la mejor
economía y la mejor democracia? El resto del mundo (el 80% que debe sufrir la miseria
que produce la riqueza del primer mundo) responde, interrogando al G-7: ¿es
acaso la economía del primer mundo la mejor economía, es acaso la democracia
que han producido una verdadera democracia, es acaso su política una buena
política? La perversidad del proyecto moderno, en el primer siglo de su primera
globalización, siglo XVI, produjo más de cien millones de muertes; ¿cuántas más
ha producido en su posterior expansión? En definitiva, ¿cuál es el precio real
de “modernizar” todos los ámbitos de la vida? El último despliegue globalizador
consistía básicamente en la actualización del propósito inicial: mercantilizar
todo, es decir, ponerle precio a todo; esto condujo a la privatización
acelerada de, no sólo las responsabilidades públicas de los Estados, sino de
los recursos básicos que hacen posible la vida de la humanidad. Resultado de
ello: la muerte de la humanidad trae consigo la muerte del planeta.
Hasta la década de los
sesenta, el mercado global de productos agrícolas, según la FAO, aseguraba
excedentes comerciales cercanos a los 7000 millones de dólares anuales, en los
países del sur del globo. Este excedente desaparece para fines de los ochenta,
cuando todos estos países, fieles a las doctrinas de los organismos
internacionales, abrazan las prerrogativas neoliberales: apertura de fronteras,
ventajas comparativas y ajustes estructurales. Hoy, sin excepción, todos los
países del sur son, irremediablemente, importadores de alimentos. Producto de
las políticas neoliberales se mina la soberanía alimentaria y, en consecuencia,
se produce la generación de miseria y hambruna a escala planetaria. Si la
comercialización de las semillas se encontraba (aunque precariamente) democratizada,
hoy, más del 80% del mercado de semillas, a nivel global, es propiedad de 10
empresas transnacionales (como Monsanto, Syngenta, Dupont, Bayer, etc.), que imponen
al mundo qué se debe producir, qué y cómo se debe comer y dónde se debe de
comprar.
El primer mundo
moderno-occidental argüirá: ¿pero nunca la humanidad había producido tanta
riqueza? Pero, preguntamos: ¿cuál es el precio de esa riqueza? ¿Es racional una
riqueza que produce muerte y desolación? Si el fin de todos es ser feliz, ¿se
puede ser feliz produciendo infelicidad en los demás? ¿Puede acaso el 20% rico
del planeta vivir feliz produciendo la muerte acelerada del planeta entero?
Desde que el norte rico impuso al sur pobre la fatalidad de su destino:
abastecerle de recursos, esclavos, mercados, oportunidades financieras (robo
legal), hasta basurero de sus desperdicios; minó toda posibilidad de
convivencia racional. Para ello fueron los imperios modernos los causantes de
la aparición de regímenes totalitarios en todo el planeta (por eso la
colonialidad es consustancial a la modernidad). El sistema-mundo moderno, que
reordena el globo produciendo una clasificación mundial es, por eso mismo,
moderno-colonial. Por ello puede decirse que la clasificación social es
posterior, porque previamente acontece una clasificación racial. Se puede decir
que el racismo es el núcleo ético-mítico del mundo moderno. Todo su
conocimiento posterior (y hasta el marco categorial de sus relaciones
jurídicas) tiene como fundamento el prejuicio moderno por antonomasia: el
racismo. La determinación inicial de este racismo (fenómeno exclusivamente
moderno) es el eurocentrismo, núcleo ontológico y ordenador epistemológico de
la filosofía y las ciencias modernas.
La hegemonía
norteamericana, que se hace global gracias a la segunda guerra mundial, pues
como país triunfante impone al mundo su orden financiero (a partir de su
moneda), patrocina también su revolución cultural. Aquello imputable sólo a
China es algo que siempre se hizo para construir hegemonía (algo que no desea
reconocer Europa es que la inquisición, la quema de brujas, fue la revolución
cultural de la cristiandad latino-europea; la “extirpación de las idolatrías”,
en el Nuevo Mundo, fue la masacre civilizatoria que inaugura la revolución
cultural de la modernidad, seguida por el racismo ilustrado francés y el
romanticismo alemán –justificaciones ideológicas de la expansión europea en el
mundo–, frente a los cuales, la revolución cultural en China fue un juego de
niños). La revolución cultural gringa era Hollywood, pero ahora, con la
mediocra-CIA, esta revolución radicaliza sus propósitos; ya no se trata de una
expansión del mercado global sino de la invasión y ocupación de la
subjetividad: control total y absoluto (pretensión idolátrica de quien se cree
dios en la tierra). El totalitarismo se resignifica con las grandes cadenas
mediáticas. Los ejércitos son precedidos ahora por las grandes cadenas de
información. Pero este pretendido control total no es más que una ilusión. Por
eso la infantería no desaparece y, ahora, con la privatización de las funciones
militares, no hace más que demostrar que el control práctico es el que, en
última instancia, define la potestad real. Por eso la “tormenta en el desierto”
no se podía ganar desde las computadoras. En esa tormenta siguen atrapadas las
potencias y, aunque presuman a diario de sus victorias, sólo evidencian su
larga y sinuosa derrota (Irak y Afganistán han descubierto los límites del
poder militar del Pentágono; quienes ahora, miran pálida y celosamente, la superioridad
tecnológica militar que están alcanzando Rusia, India, China y hasta Corea del
Norte).
En la lógica de la
mafia, que fue la política que desplegó en el mundo la decadente potencia
unipolar, desobedecer no era opción política. Pero, privando de opciones a los
demás, los gringos se privaron, ellos mismos, de toda opción. En eso consistió
la administración Bush; las bravuconadas últimas eran la antesala de una
decrepitud que ya daba síntomas de insania. Pretendiendo controlar el petróleo
del medio oriente, acabó minando su propia hegemonía energética mundial, al
grado de haber posibilitado que Rusia (su enemiga histórica) sea quien
conduzca, de ahora en adelante, el orden geoenergético global (posicionando
también, de mejor modo, a Brasil, Venezuela e Irán). China (el otro adversario
gringo), cuando se acelera el colapso del G-7, logra, de modo estratégico,
llevar la batuta en el orden geoeconómico (junto al circuito étnico que le
rodea: Hong Kong, Taiwán, Singapur, Macao); los antiguos aliados gringos se le
escapan de las manos: Japón, Turquía y, ahora, Ucrania. Triunfos para Rusia y
China, y grandes pérdidas geopolíticas para Estados Unidos.
Mientras más desbocado
es el despliegue militar, más catastróficas las derrotas (sobre todo en lo
económico: según el reporte Wegelin, la deuda gringa sobrepasa en 600% en
relación a su PIB); las más de 900 bases militares gringas desparramadas en el
mundo, suponen un gasto, sólo en mantención, de cerca a 300.000 millones de
dólares anuales, sin contar el último desembolso que solicitó Obama al congreso
de 900.000 millones. Es decir, todo esto no hace más que socavar la base
financiera que soporta la musculatura militar gringa (la última que le queda).
Además de reeditar, por su ceguera histórica, producto de la maldición que
arrastra, los errores de los imperios: sobre extensión imperial y guerra
perpetua, la cual, para llevarse a cabo, provoca la insolvencia y el colapso de
su poderío militar. Esto es lo que originó, entre otras cosas (como la
desregulación financiera, los paraísos fiscales, cuentas fantasmas, etc.,
artilugios neoliberales), el derrumbe financiero; perdido el control de los
hidrocarburos, ¿sobre qué pretendían recomponer su orden global?, ¿acaso sobre
el conocimiento y la información? Uno de los productos de este supuesto
conocimiento “infalible” son los derechos especiales de giro; ¿acaso esto
remediará la decrepitud del dólar? No sólo el rublo y el yuan amenazan la
hegemonía global del dólar (también el euro desea salvarse presenciando de
palco el declive del dólar) sino la moneda que propician las petro-monarquías
árabes, el gulfo (hasta Ambrose Evans-Pritchard admite esto). La urgencia del
sucre pasa por este reordenamiento financiero global. El 65% que todavía posee
el dólar en los flujos financieros y comerciales globales tienen como único
respaldo su fuerza militar. Por eso la fisonomía, que no se aclara todavía, del
nuevo orden financiero global, arrastra este lastre: la insolvencia de un dólar
que tiene, como única garantía, sus bombas nucleares.
El despliegue militar
que emprende Estados Unidos es un despliegue que arrastra una serie de
maldiciones; como lo es la arremetida contra el país de los talibán (donde
Estados Unidos no ha hecho más que desarrollar la producción de opio: toda la
tierra destinada al opio supera en tres veces la destinada en toda América a la
producción de coca, esa es su famosa guerra declarada contra las drogas).
Afganistán fue la tumba de los soviéticos y antes fue la tumba de Alejandro el
Magno (la máxima expansión helénica; desde entonces los afanes expansionistas
de lo que ahora se considera occidente –ignorancia histórica moderna–, nunca
pudieron ir más allá del cercano oriente, como sucede con Roma; hasta que
aparece el mundo moderno, pero, aun así, nunca, por ejemplo, llegaron a
colonizar China). Perdida la guerra en Afganistán (cuando la última reunión de
los invasores, en la conferencia sobre Afganistán llevada a cabo en Londres, ya
discute el cómo salir sin el rabo entre las piernas), se pierde la posibilidad
de controlar la distribución gasífera del Asia central (cuyo control pasaba por
controlar la provincia de Kandahar y su conexión estratégica; similar a la
desestabilización proyectada en Pakistán, para negarle un conducto geográfico a
China del petróleo proveniente de Irán). El unilateralismo gringo les propinó
esta suerte de derrota histórica, además de propinarse a sí mismo, el imperio
gringo, otra derrota: confiados ciegamente en el éxito, pues para eso
destruyeron las torres gemelas (con la hollywoodense puesta en escena de un
atentado), abandonaron a su patio trasero; lo cual les costó un resurgir de
procesos revolucionarios en América Latina.
Por eso el decadente
imperio se encuentra en apuros y, en medio de estos, actúa por mero instinto de
sobrevivencia. Su hundimiento es inminente, pero en ese hundimiento, la apuesta
que realiza es suicida; como quienes conducen los aviones que se estrellan en
las torres gemelas. Ante la crisis global, la repuesta es amenazante: si caigo,
haré de mi caída una catástrofe, de tal magnitud, que produzca la caída de
todos. Ni el mundo, ni el planeta tienen prioridad a la única prioridad que
maneja la agenda gringa: su sobrevivencia. Por sobrevivir está dispuesta a
acabar con la humanidad entera. Eso retrata la película 2012, cuyo único logro
parece ser esta nota: el plan de los ricos del mundo es salvarse a sí mismos.
El plan financiero pasa por la misma necedad: salvando a la banca privada no se
salva nada, es más, es la mejor forma de perder todo. Sale más caro salvar a la
banca que salvar del hambre a la humanidad entera, con el aditamento siguiente:
salvando a la banca se acelera el derrumbe financiero, pues los banqueros son
adictos a los juegos especulativos porque, además, los gobiernos les
acostumbraron a garantizar sus pérdidas con dinero de los contribuyentes.
La banca financiera es
insolvente; no en vano se pronostica (LEAP/Europe 2020) que para el 2010 los
bancos se desplomarán nuevamente, cuando se descubra que la crisis no fue
enfrentada sino, más bien, fueron los causantes socorridos con dinero público,
haciendo de los problemas pasados verdaderas pesadillas futuras. Por eso se
dice que, no sólo Obama o Gordon Brown, sino los otros jerarcas del decrépito
G-7, en su perorata sobre las dimensiones de la crisis global, no hacen más que
manifestar su ignorancia sobre la naturaleza de la crisis (si Bernanke,
presidente de la Reserva Federal, andaba coreando que la economía gringa se
recuperará –mientras USA declina a menos del 25% del PIB global y los países
emergentes suben por encima del 35%–, Neil Barofsky, inspector general por
parte del Congreso de los Estados Unidos para vigilar los rescates bancarios,
en enero del 2010, señaló que la crisis no se ha resuelto y que probablemente
será mucho peor). La ignorancia proviene precisamente de quienes producen la
crisis. Las palabras de Lula (que omitieron las grandes cadenas de información,
con excepción del Telesur) no podían ser más certeras, en abril del 2009,
previas a la reunión del G-20, ante Gordon Brown, en Brasilia: “esta crisis no
fue producida por ningún indio, ni ningún negro, ni ningún pobre. Fue causada
por gente blanca de ojos azules, por los comportamientos irracionales de los
ricos del primer mundo”.
Y las palabras, del
cacique Guaicaipuro Cuatemoc, no podían ser más actuales: “… también yo puedo
reclamar pagos e intereses. Consta en el Archivo de Indias, que solamente entre
el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16
millones de kilos de plata provenientes de América (…) deben ser considerados
como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al
desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de
guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la
indemnización por daños y perjuicios (…) prefiero pensar en la menos ofensiva
de estas hipótesis. Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el
inicio de un plan para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa,
arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores
del álgebra, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización
(…). ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo
menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados? (…). En lo
financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de
cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas
líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo
el Tercer Mundo (…). Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar
riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir
su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos
del capitalismo”.
La irracionalidad
provoca la ceguera, y ésta, la demencia en los actos. Hay una guerra desatada
por los gringos, en el orden geoenergético, contra Rusia y China (a quien
Estados Unidos, sin decirlo, ya le ha declarado una guerra fría). En el orden
geopolítico, la guerra supone recapturar las áreas de influencia. En eso
consiste la invasión a Haití. La triangulación actual le permite el control del
Caribe (control extendido al sur del continente): Honduras (donde propicia el
golpe del gorileti), Haití y Colombia (con la instalación de las 7 bases). El
terremoto no es algo que le cae del cielo sino algo que provoca de modo
anticipado (como lo fue el tsunami del 2008); por ello la hazaña logística de
la invasión (con 10.000 efectivos ya el primer día) sólo puede tener una
explicación: el pre-posicionamiento estratégico de divisiones militares ya
dispuestas. Se trata de provocación y no de producción del evento (lo cual
sugiere una serie de condicionantes para que la provocación sea efectivizada).
La tecnología del proyecto denominado HAARP (High frequency Advance Aurora
Research Project) contiene investigaciones que datan desde fines del siglo
XVIII (si consideramos que este proyecto usa el pulso electromagnético tesla,
cuyo inventor es Nikola Tesla), pasando por las investigaciones del proyecto
“Seal”, en New Zeland, ya en la segunda guerra mundial, hasta las
investigaciones soviéticas del Pamir o “máquina de hacer terremotos” que, desde
el 1975, realizan experimentos sísmicos en la cordillera Pamir, hasta el 1995,
cuando en plena decadencia soviética, son reclutados los investigadores y el
laboratorio completo (de Niznhi, en Novgorod) por la US Air Force, llevados a
Estados Unidos e integrados en el proyecto HAARP.
El objetivo del tsunami
del 2008 (provocado por experimentos nucleares submarinos, como lo devela el
propio Jerusalem Post) era debilitar a los tigres asiáticos. El objetivo
actual, con el terremoto de Haití, es dislocar geopolíticamente el desarrollo
de los países emergentes; no se trata sólo de Haití sino de restablecer el
control geopolítico del Caribe y, en consecuencia, del sur del continente
americano. Si la flota rusa realiza maniobras militares en el Caribe y China
acuerdos energéticos en América del Sur, los gringos no tienen otra opción que
la recaptura de su área inmediata de influencia. China emprendió acuerdos
estratégicos con Venezuela, Brasil y Rusia, otorgándoles créditos, para
exploración y explotación de petróleo, de 6 billones de dólares al primero, 10
al segundo y 25 al tercero, asegurando así la adquisición de petróleo por
décadas. Mientras Estados Unidos le va cerrando a China los corredores de los
golfos de Omán y Aden (por eso la invasión a Yemen, para cerrar las puertas de
las riquezas hidrocarburíferas de la península arábiga, cerrando el estrecho de
Bab al Mandab o Puerta de las Lágrimas, frenando el abastecimiento energético
de China), del estrecho de Ormuz y el de Malaca, además de la reciente venta de
6.000 millones de dólares en armas a Taiwán y las crecientes relaciones de
Washington con el Dalai Lama, declarando así la guerra fría con la potencia
china; los chinos no sólo que se abren a otros mercados sino que abren
geopolíticamente el mundo a nuevas perspectivas que, de aprovecharse de modo
efectivo, el orden multipolar estaría dando la estocada final al derrumbe
anglosajón.
Estados Unidos intenta
proteger, con la invasión a Haití, su vulnerabilidad en el Caribe (amenazando
además al lado oriental de la isla de Cuba); y con la ofensiva contra Irán
(mediante la invasión a Yemen) y el estrangulamiento energético a China,
estaría apostando al amedrentamiento (cosa que ya no le sirvió con Corea del
Norte; tampoco los últimos regateos de la flaqueza bélica gringa: si pretendió
el trueque de Irán por Taiwán con China, o Ucrania por Irán con Rusia, el
intento le costó empeorar su debilitamiento; pues Ucrania, con las últimas
elecciones, se desmarca de la influencia anglosajona, y Taiwán observa,
expectante, la desglobalización, pues si una de las mayores entidades financieras
inglesas, como es el banco HSBC, muda sus oficinas centrales a Hong Kong, no
hace más que anunciar a los cuatro vientos el ascenso de Asia en las finanzas
mundiales). En América del Sur la injerencia gringa juega también sus últimas cartas,
ansioso de un cambio de eje en las jefaturas políticas del continente; el
triunfo de Piñeyra en Chile le provoca un respiro, con ello pretendería negarle
el cobre a China, además de confabular, junto a Perú y Colombia, una suerte de
rodeo estratégico a países como Bolivia y Ecuador; el panorama en Argentina le
es alentador, gracias a la creciente campaña mediática antigubernamental (como
parte de las guerras mediáticas patrocinadas por la CIA y el Pentágono),
similar a la antesala del golpe en Honduras. Uruguay demuestra que las llamadas
“izquierdas democráticas” son las menos democráticas y las más irresponsables,
replicando situaciones históricas anteriores, donde Uruguay sirvió de punta de
lanza para disminuir y socavar el posicionamiento de Argentina y Brasil, cosa
que, hoy por hoy, estaría a punto de ser posible con la complicidad de las
burguesías de ambos países, tan sujetas al dólar. Lo cual no haría más que demostrar
que las grandes enemigas de un desarrollo económico independiente de estas
economías son sus propias burguesías. Aliarse con el dólar habría sido como un
pacto diabólico que las condena a no poder independizarse nunca.
En este contexto,
quienes se duermen, acaban siendo atrapados por el sueño americano,
convirtiendo en pesadilla la vida, ya no sólo de sus países, sino del mundo
entero. La apuesta gringa no es apuesta para nadie. El suicidio no es
alternativa. El desarrollismo euro-norteamericano-céntrico conduce a un solo
fin: el fin de todos y de todo. Por eso se trata, no sólo de una crisis financiera
sino de una crisis civilizatoria; no se trata de una crisis sistémica al
interior del capitalismo. Lo que constata esta crisis es la imposibilidad de
continuar una forma de vida que para desarrollarse, socava constantemente la
vida del 80% de la humanidad y la vida del planeta entero. Hasta el magnate
ruso del aluminio se da cuenta de algo tan evidente: esta crisis modificará el
modelo anglosajón del consumo. Esto inevitablemente tiende a cambiar los
valores fundamentales del mundo moderno-occidental. La insistencia en recuperar
la hegemonía anglosajona no hace más que precipitar el desorden, hasta de modos
dramáticos, del nuevo orden que empieza a gestarse. Por eso Estados Unidos
aparece como un estorbo para un nuevo equilibrio político global. Ya no puede
insistir su papel rector cuando las instituciones que aseguraban ese papel se
hallan, no sólo en decadencia (como el FMI) sino que ya no poseen justificación
alguna de su existencia.
El nuevo orden se
configura ya en el este y, con ello, vuelve el pacífico a ser centro de la
economía mundial (como lo fue por milenios), desplazando al atlántico y al
occidente; cerrando así una de las épocas más oscuras e infames en la historia
mundial (con más muertes y en tan poco tiempo, comparado a los 7 milenios de
civilización humana, además de una crisis ecológica nunca antes sufrida): los
cinco siglos de modernidad. China, Japón y Corea del Sur empujan un desarrollo
tendiente a reducir su dependencia económica con occidente. También Rusia
apunta a la creación de un nuevo orden regional en el lejano oriente y el Asia
central; los programas de cooperación entre Pekín y Moscú, llegan ya a los 205
proyectos regionales conjuntos hasta el 2018, incluyendo a Kazajstan,
Turmekistan y Uzbekistan. China asegura sus inversiones convirtiéndose en la
administradora de la seguridad regional, con ello deja en nada la emergencia
gringa de cerrar los estrechos de Ormuz y Malaca. Si el golfo pérsico se había
convertido en la más explosiva zona de la geopolítica global, donde parecían
estrellarse los intereses de Washington y Pekin; con la jugada estratégica
china, los intentos de la Casa Blanca caen en saco roto, pues los chinos abren
sus intereses por otros lados y los rusos se perfilan como los patrocinadores
del nuevo reordenamiento geoenergético global (Francia y Alemania se rusifican,
es decir, se alejan de Washington, conscientes de su dependencia gasífera,
además del acoso agresivo que sufre el euro de parte de la libra esterlina);
donde Rusia ya no brinda sus recursos gasíferos al despilfarro de occidente
sino que empieza a usarlo estratégicamente (Turmekistan comprometió su entera
exportación de gas a China, Rusia e Irán), teniendo Rusia el 75% de las reservas
de gas en todo el Asia central, lo que le coloca en el primer lugar en reservas
mundiales. Este reordenamiento geoenergético que patrocina tiene que ver con el
hecho de que el mar Caspio posee las terceras reservas de petróleo mundiales,
lo cual le posiciona como uno de los lugares geoestratégicos de mayor
importancia.
Por eso, de hoy en
adelante, aparece la prerrogativa de manejar los recursos energéticos con
criterios estratégicos, porque la energía se ha vuelto vital para todo
desarrollo, por eso no puede abandonarse los recursos energéticos a las
irracionales leyes del libre mercado. De eso trata la nueva configuración
global; ninguna de las potencias emergentes es autosuficiente (ya sea
económica, financiera o energéticamente, todas son vulnerables en algún
aspecto), lo cual les conduce a tomar conciencia de algo que empieza a tomar
cuerpo: la competencia multipolar pasa por el desarrollo de una política
exterior, en todos los ámbitos, que busque y asegure más la cooperación que la
confrontación (en Bolivia aparece la cooperación con una especificación más
sugerente: la complementariedad y la reciprocidad; el comercio debe
reestructurarse a partir de la solidaridad, esto indica una transformación en
los principios económicos y políticos de las relaciones internacionales). Los
países emergentes ya no pueden perseguir un propio desarrollo desentendiéndose
del desarrollo del resto. Por eso no se trata de salir sino de acoger. El mundo
es nuestro único hogar.
Ningún desarrollo puede
socavar aquello que es hogar de toda la humanidad y toda la naturaleza. En este
contexto es que se destaca la creación, en China, de la Comisión Nacional de
Energía, una especie de comisión supra-ministerial, que reúne a la Comisión de
Desarrollo, de Reforma, Energía Nuclear y al Banco Central. El uso de la
energía no sólo tiende a su uso combinado, diversificado, sino a su
sostenibilidad; cuyo criterio ya no sea la rentabilidad (entendida en términos
de ganancia) sino la racionalidad ecológica. El uso racional y responsable de
la energía pasa por otorgar capacidad de decisión, en las políticas
energéticas, a los afectados por dichas políticas. Si la afectada es la propia
naturaleza, ¿cómo es que escuchamos su parecer? Esto, inevitablemente, ha de
revolucionar el concepto mismo de política. Ampliar la esfera de las decisiones
pasa por una radicalización de la democracia; ya no se trata de la discusión
entre democracia representativa o participativa, sino de la recuperación
comunitaria y ampliada del “demos” que constituye a la democracia misma.
Consolidar el incipiente orden multipolar en el mundo, pasa por esa ampliación
democrática, a nivel global. En momentos de crisis económica, el mejor
administrador no es precisamente el rico (quien sólo sabe despilfarrar la
riqueza) sino el pobre. No hay solución para la pobreza mundial sin la
participación de los pobres del mundo. Los ricos también quieren una reforma,
pero sin que ésta toque su dominio financiero; de su quiebra inminente no emana
consejo que pueda atender la humanidad, es mejor que aprendan a escuchar. A su
sentido empresarial debemos oponerle un sentido de responsabilidad, también su
salvación depende de una salvación mundial.
Un nuevo éxodo se
levanta en la historia mundial. El imperio se resiste en su decadencia, “se
endurece su corazón”; su boca origina sus propias desgracias. La maldición que
arrastra es lo que le desmorona. Informes de inteligencia no sólo delatan la
balcanización (producto de los Carteles del narcotráfico y de la excesiva
injerencia gringa) de México, sino de la fenecida potencia unipolar. Resurgen
en Norteamérica los odios del sur contra el norte; el partido del té es la
clara manifestación de una regresión en la política gringa (el sector más
racista de la extrema derecha fundamentalista genera el “Tea Party” y promueve
a Sarah Palin; si la Unión Soviética colapsó definitivamente con un presidente
borracho como era Yeltsin, no es raro que la nueva presidenciable en
gringolandia, ante el fracaso anticipado de Obama –quien se volvió blanco más
rápido que Michael Jackson–, sea la iletrada ex candidata republicana a la vicepresidencia).
Si la opulencia fue el factor principal de estabilidad gringa, ¿qué pasará
cuando esta opulencia sucumba? Egipto acabó cuando los esclavos (motor de la
economía) abandonaron ese imperio y cruzaron el mar de los juncos, hundiendo al
mayor ejército conocido hasta ese entonces; ¿será la repatriación de los
inmigrantes lo que selle el fin del imperio gringo? Si el New York Times, en
febrero del 2009, ya señalaba que el desempleo representaba una amenaza a la
estabilidad mundial, ¿qué decir del desempleo creciente (en las naciones
avanzadas) que, en el 2009, evidenciaban 500.000 despidos por mes, desalojos
superiores a los 2 millones de viviendas, quiebras continuas de los sistemas bancarios,
etc.? Por eso no es grato el futuro de los países sujetos al dólar. La supuesta
economía exitosa de Chile registra, desde el 2008, considerables caídas (cerca
al 2%) que destacan otro hecho: el supuesto éxito neoliberal no es tal, pues los
índices de crecimiento económico de la dictadura, nunca fueron superiores a la
media del crecimiento anterior; lo que sí creció, de modo alarmante, fue la
concentración de la riqueza en el sector privado. La menor distribución genera
la apariencia de mayor riqueza. Ese espejismo es la trampa del modelo
capitalista. Su decadencia genera otra apariencia: parece más fuerte cuando es
más débil.
La modernidad es la era
de las apariencias. Produce Estados aparentes, democracias aparentes; por eso,
lo más que puede prometer, en plena crisis, son reformas y maquillaje. Desde
que empodera su presencia global, sólo puede desarrollar una política de
dominación; lo que, a la larga, produce una ausencia de sentido histórico en el
conocimiento que patrocina. Se hace conservadora. Por eso la política y la
historia se le evaden y éstas aparecen, desde el sur, para imprecarle su falta
de visión. La ceguera provoca esta desestabilización global. Hoy empieza la
Cumbre de Río; terminar con la OEA debiera ser un imperativo. Sólo Venezuela y
Bolivia levantan una voz que debiera ser unánime, no sólo por Honduras, sino
por toda la amenaza regional que representa la última invasión a Haití. El
2001, desde Estados Unidos se lanzó otra santa cruzada contra el mundo entero,
era la llamada guerra del bien contra el mal. Inventaron un monstruo: el terrorismo;
para luchar contra éste se hicieron, ellos mismos, monstruos. Ahora creen que
generando cataclismos saldrán ilesos. Pero no se asesina impunemente. Asesinato
es, como dice Franz Hinkelammert, suicidio. La injusticia genera maldición y la
maldición acaba con el que la origina. Esa es la maldición que arrastran los
imperios.
La Paz, Bolivia, 22 de febrero de 2010