Por Rafael Bautista S.
La demanda boliviana que será
interpuesta ante La Haya –aplaudida en los cuatro rincones de nuestra patria–
adolece, sin embargo, de un detalle que no es menor. Y en la exposición de ese
detalle es que nos permitimos llamar la atención, no sólo del gobierno, sino de
la “nueva disponibilidad común” que se ha producido en torno a nuestra
indeclinable reivindicación marítima.
Todas las apuestas del Estado boliviano
han apuntado siempre a diluir el asunto en estrategiasjurídicas que no hacían
otra cosa que asumir, de principio, la vigencia y legitimidad de los tratados
emanados de un factum inadmisible: el derecho fundado en la victoria. Aquella
asunción significaba admitir la legitimidad jurídica del factum mismo: la
invasión chilena al Litoral. Asumir como realidad, incluso jurídica, el factum
que asume el vencedor como legitimación de su derecho es lo que nunca cuestionó
la diplomacia boliviana; en consecuencia, aunque demandara la desposesión,
afirmaba –muy a pesar suyo, porque partía de esa aceptación de hecho– el
derecho del vencedor.
El Estado señorial hereda, de ese
modo,un fracaso que desnuda el poder aparente que ostenta: la subordinacióna lo
extranjero es lo que remata su vocación entreguista. De aquello se deriva la
mezquindad de sus apuestas. Después de arrebatado el Litoral por invasión, se
lo vuelve a perder en lo jurídico, admitiendo un factum que significaba la
renuncia propia al territorio y la exculpación de la complicidad oligárquica.
La continuidad señorialistasignificaba la exculpación de su fracaso histórico.
Si alguna dignidad poseía elEstado
vencido no podía jamás admitir que los derechos de su nación quedaban
conculcados por aquella invasión; desde entonces, no hay demanda boliviana que
haya denunciado el “derecho” que reivindica el agresor. Así fue hasta la
postura que asume nuestro presidente en la última reunión de la CELAC.
Toda remisión jurídica caía en la trampa
de renunciar al derecho propio y consintiendo el “derecho” que imponía el
vencedor como base de toda negociación; de ese modo el vencido legitimaba su
condición impuesta.Por eso ninguna demanda boliviana podía jamás prosperar, a
no ser por renunciar a algo más, es decir, a ofertarse todavía más sin siquiera
resarcir soberanía sobre lo despojado.
El Estado chileno generó las condiciones
para esa subordinación, lo cual significa que antes y después de la invasión a
nuestro Litoral, la influencia chilena era un hecho entre las elites
bolivianas. Influencia que hace escuela en la elite política; no otra cosa son
las declaraciones de Víctor Paz, en pleno neoliberalismo, afirmando que el
comercio con Chile es “muestra de reciprocidad entre dos pueblos hermanos”
(como si el comercio lo dirigieran los pueblos). Esa suerte de entreguismo
vocacional es lo que usufructuaron otros, en desmedro siempre nuestro. La
xenofilia de las elites fue lo que afirmó el carácter periférico de la política
boliviana.
Si toda apuesta boliviana fracasa, es
porque nunca se generó las condiciones para remontar la dependencia, de modo
que se pueda tener márgenes soberanos de negociación. No es lo mismo negociar
suplicando favores que reclamando deudas(más aun si se cuenta, no sólo con la
verdad, sino con medios de presión). La posición boliviana siempre fue
ratificar las condiciones que impuso el Estado chileno, de modo que su margen
de acción era casi siempre nulo.
De lo que adolece la demanda actual, es
que nace huérfana (replicando la historia anterior) si no es acompañada por una
decidida política de Estado que genere las condiciones para remontar
definitivamente las prerrogativas chilenas. Si toda tratativa era acompañada
por condiciones siempre desfavorables para nosotros, lo que ahora sensatamente se
debiera promover es un contexto distinto, donde las condiciones impuestas por
el Estado chileno, ya no sean el límite infranqueable de toda negociación. Aquí
es donde la geopolítica cobra relevancia.
Los reordenamientos geopolíticos
actuales se producen no sólo por la decadente hegemonía gringa, sino también
por la necesidad creciente de recursosenergéticos, por parte de las potencias
emergentes y decadentes. El 2008 marca la desesperación imperial por recuperar
espacios vitales que, desde los fracasos de Irak y Afganistán,se vienen
sucediendo en todo el planeta. De ese modo se puede entender la guerra en Siria
como una guerra geopolítica que desata Occidente contra el Bloque de Shangai
(China y Rusia sobre todo). El triunfo ruso en Osetia del Sur posiciona a
Gazprom y reduce a nada el proyecto gringo-europeo Nabucco. El monopolio de la
distribución del gas a Europa dejaba de ser propiedad de las transnacionales
anglosajonas; como también podría dejar de ser el corredor energético entre
Irán, Irak, Siria y Líbano, si es que USA y la OTAN ganaran la guerra en Siria
(aun cuando USA pretenda acercar a Rusia y, de ese modo, alejarla de China, es
discutible un acuerdo gringo-ruso favorable a Occidente; pues la repartija que
se prodigaron Francia e Inglaterra en 1916, queda en nada con los presuntos
acuerdos que persigue Washington, pues no hacen otra cosa que poner fin a la
influencia franco-británica en esa región. Las mismas fronteras nacionales de
la región –impuestas por Occidente– quedan en entredicho, pues en una nueva
delimitación de áreas de influencia, lo que se vislumbra es la balcanización de
Irak, la creación del Kurdistán, que afecta también a Turquía y la posible
división en Arabia Saudita; lo cual condice con pronósticos aciagos: donde no
haya integración y complementariedad económica, lo que se ve es
desestabilización y balcanizaciones).
Lo mismo sucede en la península coreana.
El tono beligerante de la ocupación gringa de más de medio siglo en la parte
sur, se ha acentuado por las provocaciones últimas de sobrevolar bombarderos
B-2 Stealth con capacidad nuclear desde marzo de este año, además del envío de
aviones de combate F-22 Raptor a Corea del Sur. La negativa norteamericana a
cualquier tratado de paz, es acompañada ahora por la insistencia gringa de
desestabilizar la península (que es frontera natural con China y Rusia).La
política de Washington es contener a China, por eso instala en el Pacífico su
nuevo centro de operaciones militares (se dice que para el 2020, el 60% de la
armada gringa estará en el Pacifico; un muy buen contingente ya se encuentra en
la isla de Guam, donde para alojar a los marines se comete un nuevo genocidio
contra la etnia chamoru:lo que llaman desalojo político ha reducido ya a la
población nativa al 37%); porque de lo que se trata es de reimponer su
supremacía geopolítica.
Desestabilizar la península coreana
significaría cercar a China (cuyo poder disuasivo preocupa a USA: el 2011 se
filtró un informe del Pentágono donde se establece que China habría cerrado
brechas tecnológicas fundamentales, sobre todo en materia militar, donde se
menciona la nueva tecnología de portaviones y el desarrollo del avión de
combate J20 que, a juicio del thinktank Jamestown Foundation, podría dejar
obsoleto todo el sistema de defensa aérea instalado en la región), consolidando
la estrategia del “collar de perlas”, que consiste en controlar las rutas de
abastecimiento petrolero de China, además de minar las estratégicas rutas
marítimas del Mar del Sur para frenar tanto los intereses energéticos chinos y
sus objetivos de seguridad (en caso de conflicto, cortar las rutas petroleras
es asunto geopolítico).
En ese contexto aparece el Acuerdo del
Pacífico que suscriben países como México, Perú y Chile, en Sudamérica, bajo la
égida gringa. El asunto, en definitiva, es la creciente relación comercial que
China tiene con Sudamérica. No es poca cosa. Tanto China como Brasil forman
parte de los BRICS y al ritmo que las inversiones chinas crecen en este
continente, la influencia norteamericana se va reduciendo en forma inversamente
proporcional.Desde el 2009, el continente africano se constituye en el primer
socio comercial de China (200.000 millones de $US en el 2012); si en Europa y
USA hay crisis de deuda, el potencial económico chino se desvía a las potencias
emergentes y sus respectivas regiones. Frente a ello, USA propone un acuerdo
entre Europa (o lo que quedaría de ella) y Norteamérica; un bloque de comercio
transatlántico tendría como fin exclusivo contrarrestar la creciente hegemonía
china para, de ese modo, reponer las coordenadas geopolíticas del decadente
mundo unipolar. Con el nuevo Acuerdo del Pacifico se persigue lo mismo,
reduciendo la influencia china mediante la cooptación de la costa pacífica de,
sobre todo, Sudamérica.
El problema, además, de ese tipo de
acuerdos y tratados es que son digitados por las transnacionales, las cuales
buscan todavía márgenes extraordinarios de rentabilidad en medio de la crisis
que ellas mismas originaron (que no es sólo el estancamiento económico sino los
desastres medioambientales). En ese sentido, la reposición de las coordenadas
geopolíticas anglosajonas responde al nuevo ciclo de acumulación financiera que
está acabando con la vida en el planeta. Ya no se trata tanto del
imperioagonizante sino de las burocracias privadas financieras que reducen a
los Estados a simples brazos operativos de sus intereses privados. Esto
significaría que el imperialismo ya no es la fase superior del capitalismo sino
que aquel habría sido rebasado, desde el fin de la guerra fría, por el
monopolio privado financiero que lo controlan dinastías concentradas en el
primer mundo.
Por eso el nuevo sujeto de la ley ya no
son ni siquiera los Estados sino estas burocracias privadas, que son quienes se
han adueñado del ámbito de las leyes y, de ese modo, prescriben los
lineamientos de los acuerdos comerciales globales. USA, UK, Israel y la OTAN
son sus brazos operativos, que ya no actúan por cuenta propia sino bajo la
tutela de este nuevo poder detrás del trono.
En ese sentido, si antes entregábamos
todo a USA, ahora esa entrega va, por mediación gringa, a los ámbitos
financieros que son, en definitiva, los actuales dueños del mundo. Por eso
estos acuerdos tratan de reponer al dólar como moneda de referencia entre
Sudamérica y Asia, para contener al yuan chino y toda otra moneda, como sería
el sucre. O sea, lo que hacen estos acuerdos comerciales es declarar una guerra
de divisas. El acuerdo forma parte de la estrategia del “collar de perlas”,
encubriendo como acuerdo comercial un cordón militar que busca restaurar las
coordenadas geopolíticas unipolares del planeta (lo mismo se hizo con Japón
–entre 1921 y 1938– antes de declararle la guerra y detonar las primeras bombas
atómicas en el planeta).
Este complejo contexto involucra a
todos, porque las inevitables repercusiones en un mismo mundo compartido e
interconectado, muestran la necesidad de hacer adecuadas lecturas globales como
base de decisiones estatales con implicancia regional. Porque las potencias, en
cada nueva disposición geopolítica, apuestan a asegurarse recursos, corredores
y áreas de influencia; en tales circunstancias, los demás países, que cuentan sobre
todo con posición estratégica, se encuentran en la disyuntiva de ingresar a esa
disposición de modo subordinado o no. Y es aquí donde la lectura geopolítica
del espacio geográfico cobra relevancia, porque se convierte en una apuesta, en
definitiva, de vida o muerte.
La ocupación del Litoral tuvo su
componente geopolítico, pues de ese modo, se nos anulaba geopolíticamente y se
nos volvía doblemente tributarios, primero del mercado mundial y segundo del
uso obligado de los puertos ahora chilenos. Chile ocupa no sólo la parte
boliviana sino el sur del Perú, porque siempre, desde la colonia, Potosí Oruro
y La Paz se conectaban con Arica, de modo que no sólo perdíamos la posibilidad
de los puertos de Atacama sino los más cercanos al circuito comercial del occidente
del país. Nuestro enclaustramiento era fundamental para Chile, pues de ese modo
garantizaba el desarrollo de, sobre todo, el norte chileno, a costa nuestra.
Después, gracias a la cooptación de nuestras elites, garantizaba su comercio en
detrimento del nuestro. Las relaciones comerciales atentaban contra la economía
nacional, pero las elites apostaban en contra de su propio país porque su
adicción a la dependencia no les permitía imaginar siquiera optar por otro tipo
de alternativas que no fueran las mismas de siempre: subordinarse a las
prerrogativas chilenas, es decir, hacer del encierro una suerte de fatalidad
consentida.
¿Por qué nunca se propició una
integración estratégica con el sur peruano? No se trata sólo de falta de
voluntad política sino de hasta idiosincrasia cultural, que hace del
entreguismo oligárquico programa de vida de una sociedad hecha a imagen y
semejanza de sus elites. Desde Aniceto Arce lo que hace escuela en la sociedad
citadina es una suerte de xenofilia donde ser prochileno o proargentino o
probrasilero es mejor que ser boliviano solamente. Esa apuesta, mantenida aun
hasta el día de hoy, era la apuesta por el suicidio nacional. Argumentar contra
sí mismo se traducía en el desprecio a lo propio que era, sin embargo, lo único
que se tenía. El óptimo social de las demás naciones era hasta alimentado por
la auto negación de otras, como la nuestra, en una suerte de dialéctica de
transferencia de valorización exclusiva hacia afuera. En esas condiciones, ni
el mercado interno y menos la economía nacional podían desarrollarse.
La integración regional ahora cobra
matices estratégicos, pues en esta suerte de reacomodo global, lo que se
perfila, en el mejor de los casos, es la regionalización de bloques económicos,
cuya preponderancia radica en la presencia de recursos energéticos, materias
primas y corredores geoestratégicos. La tónica de este tiempo es ya no ofertar,
ni los recursos ni las materias primas como simples mercancías, sino usarlos de
modo estratégico. El modo de la integración es asegurar soberanía.
Pero la cuestión radica siempre en los
móviles que digitan la integración. En nuestro caso, la integración debe ser
una carta geopolítica para revertir nuestro enclaustramiento; de ese modo,
apostar por una integración económica-comercial con el sur peruano se convierte
en la apuesta más adecuada para ya no depender de las condiciones impuestas por
el Estado chileno. Por eso no se trata sólo del uso de puertos como el de Ilo
sino de toda una integración geopolítica y geoeconómica para desplazar la
preeminencia chilena y potenciar conjuntamente una economía regional de dos
zonas postergadas por la expansión chilena.
Entonces, nuestra situación
geoestratégica, acentuada por el corredor bioceánico, nos permite la generación
de condiciones distintas a las siempre impuestas por Chile. Si el tratado del
Pacífico tiene como fin aislar a China, nuestra apuesta pasa por promover una
conexión entre Brasil y China, ya no sólo comercial sino estratégica. El
interés de ambos por conectarse se traduce para nosotros en interés por
remediar una situación centenaria de enclaustramiento; es decir, se trata ya no
de ofertarse por nada sino del uso geopolítico de nuestra situación
estratégica. La economía global se va moviendo hacia el Pacífico y la potencia
emergente que es Brasil no puede demorar su inclusión.
La situación estratégica nuestra ya no
puede ser un medio para conseguir sólo más ingresos sino que debiera servir
para consolidar una estrategia definitiva de soberanía e independencia
nacional; no se trata sólo de abrir nuestro territorio sino de hacer de esta
apertura condición de afirmación soberana. No sólo decidimos por dónde sino el
cómo sale la bioceánica. Y en el cómo, decidimos también márgenes de opción
para aminorar costos medioambientales (la conexión no puede priorizar sólo las
carreteras sino las líneasférreas, parapromover una integración nacional en
vistas a reducir la dependencia de combustible fósil y promover un transporte
menos contaminante; no olvidemos que la destrucción de nuestros ferrocarriles,
por parte de empresas chilenas, fue algo sumamente premeditado).
La apuesta por Ilo no es inmediata, pero
requiere de la decisiva voluntad de reorientar nuestro comercio por ese lado.
China está excluida por USA del Tratado del Pacífico, por eso tampoco le
entusiasma la privatización de los puertos chilenos (hasta se sabe de la
intención china de financiar la construcción de megapuertos en el lado
peruano). Nuestra apuesta pasa por convencer al Perú en una integración
geopolítica y acercar al Brasil y a China a actuar como garantes de una
integración que les conviene. Se trata de que esa conveniencia se traduzca en
conveniencia nuestra.
Con Perú nos une la historia y ese es el
margen que afirma más aun la integración que planteamos; que es expansiva hasta
el norte argentino, pues hasta allí llegaba la expansión incaica. Si lo que
abre paso a la expansión económica es la expansióncultural, nuestra cultura es
el mejor foco de irradiación como carta de garantía para afirmar una
integración económica entre estas tres regiones, pues también el norte
argentino es postergado por laexcesivacentralización económica en torno a
Buenos Aires.
La integración económica ya no puede
subordinarse a intereses privados, peor si son ajenos a la región. Por eso los
países chicos tienen ahora la necesidad de ser partícipes en la redacción de
los acuerdos comerciales, pues de lo contrario, las potencias o las
transnacionales, acostumbradas a suscribirlos en beneficio exclusivamente
propio, dejan a los países a merced de los desastres financieros y
medioambientales. Las consecuencias son desastrosas para economías pequeñas. En
ese sentido, es necesario un nuevo enfoque para el Mercosur (porque nace bajo
los principios del libre mercado). El contexto entonces es adecuado para que
nuestro país, si aprovecha además su condición estratégica, asegureuna muy
atractivaposición geopolítica que le permita marcar la tónica en procesos
genuinos de integración.
Aprovechar los cambios a nivel global y
traducirlos regionalmente, pasa por la consolidación de una política de Estado
pertinente a un proyecto genuinamente nacional. El presidenteChávez ya
posicionógeopolíticamente a Sudamérica, si no hay otro líder que insista en
aquello, la dispersión de intereses marcará el despeñadero de lo que pudo ser
la consolidación de la Patria Grande, como proyecto pan-nacional de vida común.
A nosotrosahora nos toca tomar la iniciativa, porque nuestra consolidación como
centro neurálgico nos pone en la situación nada despreciable de ser centro también
de iniciativas integradoras. Parece que no sólo la geografía nos puso en el
centro sino también la historia.
Esta nueva “disponibilidad común”del
pueblo boliviano queha encontrado en la reivindicación marítima el eje de su
re-articulación, pone en movimiento, de nuevo, la “potencia constituyente” del
sujeto del cambio. A éste nos dirigimos para alertar de no cometer el error de
siempre. Mientras nuestra demanda se dirime necesitamos generar esa
“disposición nacional” para acompañar un proceso en el cual sea posible
inclinar las condiciones a favor nuestro. Se trata de hacer de esa
“disponibilidad” el nuevo “óptimo nacional” que encarne la definitiva
independencia.
Aparece la “disponibilidad” cuando el
universo de creencias del propio pueblo está dispuesto a su transformación.
Esto es la legitimación de modo horizontal-democrático; lo cual pudimos notar
en la reunión entre nuestro presidente y el nuevo embajador ante La Haya y las
organizaciones populares. Un gobierno popular va por esa vía y encarna lo que
es principio de la nueva política: mandar obedeciendo. Allí ya se expresó la
opción más sensata, desde la promoción de vías alternativas al pacífico, por el
lado peruano, hasta el desplazamiento de productos chilenos del mercado
boliviano, lo cual también se indicó, requiere también de decisión
gubernamental. Todas las intervenciones giraban en torno a un propósito:
promover la soberanía económica. Ese es el detalle que nos falta consolidar.
Mientras demandamos ante instancias
multilaterales, no podemos no hacer nada en lo inmediato, porque en lo
inmediato es donde la “disponibilidad común” se hace partícipe y, en los hechos
que produce, se hace actora de una política que encarna y, por eso, se hace
ideología nacional, es decir, doctrina estatal y política de Estado. Esto logra
la legitimidad de modo horizontal-democrático y se traduce en el espíritu que
moviliza a todo un pueblo como sujeto de su propio destino (porque lo que
decide no le impone nadie sino él mismo).
La demanda ante La Haya adolece de aquella
misma insistencia de apostar todo en una excesiva confianza en instancias
jurídicas. Pero lo contrario no es la guerra. Nuestra posición va por acompañar
aquello y no a esperar, sin hacer nada, la resolución que, aunque fuese a
favor, no significa la obligatoriedad de su cumplimiento, puesto que Chile
podría argüir su carácter no vinculatorio. La ganancia sería moral pero, de
todos modos, la situación no cambiaría en lo sustantivo. Entonces, lo más
plausible es aprovechar el contexto y generar las condiciones para inclinar las
cosas a nuestro favor. Sólo si el Estado chileno siente la amenaza de la
reversión de su situación favorable, consideraría necesario establecer un nuevo
tipo de acuerdos, donde no lesquedaría otra que ceder en su intransigencia; serían
ellos quienes tocarían nuestras puertas.En esas condiciones tendríamos mayor
margen de acción y posibilidades que nos serían más atractivas.
Y esto pasa por definir un auténtico
proyecto nacional;desde donde se comprende que hasta los modelos económicos, no
pasan de ser mediaciones de un proyecto mayor, que es siempre proyecto de vida
de un pueblo determinado. Esto es lo que la izquierda latinoamericana nunca se
puso a considerar. Asumieron que el socialismo era un fin en sí mismo, de ese
modo, hasta la singularidad propia era subordinada a este universal sin
contenido local. Por eso dijeron los indígenas del AbyaYala el 2005 en La Paz:
la izquierda latinoamericana no tuvo nunca identidad.
Ahora de lo que se trata es de remediar
ese desarraigo y potenciar el contenido liberador más propio de esta parte del
mundo. En nuestro caso, esto pasa por superar la paradoja señorial que hace
fracasar nuestras revoluciones, reponiendo la ciega afirmación del desarrollo
moderno y la consecuente negación racista del horizonte de vida de nuestros
pueblos. La soberanía económica ya no pasa por afirmar el desarrollo sino por
restaurar el sentido mismo de la economía. No se trata de producir para ganar
sino para vivir. Y un verdadero vivir no apunta a un crecimiento infinito de
acumulación inagotable (que no hace sino destruir al ser humano y la
naturaleza) sino que apunta a restaurar el equilibrio perdido entre ser humano
y naturaleza. El circuitorecíproco que establecen ambos es lo que garantiza la
vida nuestra. El capitalismo (como economía moderna) destruye aquello y produce
la pauperización inevitable, a largo plazo, de los componentes de este
circuito. Una nueva economía tiene necesariamente que resignificar el sentido
mismo de la producción. Por eso se trata de una nueva apuesta de vida y eso
presupone contar con el “óptimo de disponibilidad posible”. De aquí en
adelante, no podemos integrarnos o producir desde las premisas anteriores y
caducas; de lo que se trata es de proponernos existencialmente un nuevo horizonte.
Lo propio que tenemos es lo nuevo y no lo que viene del primer mundo. Desde ese
horizonte tiene sentido la lectura que hacemos del presente epocal. Por eso la
geopolítica puede ser ahora de los pueblos, como la irrupción de las víctimas
hasta en el mismo lenguaje del sistema-mundo.
La
Paz, Bolivia, 12 de abril de 2013
Rafael Bautista S.
Autor de “DEL MITO DEL DESARROLLO
Rafael Bautista S.
Autor de “DEL MITO DEL DESARROLLO
AL
HORIZONTE DEL SUMA QAMAÑA”
rafaelcorso@yahoo.com
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