miércoles, abril 19, 2017

¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR DESDE AMÉRICA LATINA? HACIA UNA RACIONALIDAD TRANSMODERNA Y POSTOCCIDENTAL. (parte 2)

JUAN JOSÉ BAUTISTA S.
IX. DE LA DIALÉCTICA MODERNA DEL DESARROLLO DESIGUAL HACIA UNA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL DEL DESARROLLO DE LA VIDA HACIA UNA IDEA DEL DESARROLLO TRANSMODERNO.

EL CAPITALISMO COMO PRODUCTOR DE DESARROLLO DESIGUAL. EL PROCESO DE PRODUCCIÓN DEL SUBDESARROLLO
Una pequeña revisión de la historia de los intentos de industrialización en Latinoamérica nos está permitiendo entender de mejor modo este problema tan actual no sólo para Bolivia sino para todos los países llamados subdesarrollados o en vías de desarrollo. Aparentemente, la solución a todos nuestros problemas está en la industrialización moderna, o sea, en producir en nuestros países un desarrollo moderno. Sin embargo la historia de América Latina, especialmente durante el siglo XX, muestra que intentar imponer en nuestras realidades este tipo de desarrollo o industrialización es justamente la causa de nuestro subdesarrollo. Cuando a principios del siglo XIX nuestros países empiezan a incorporarse al mercado mundial, no sólo éste ya existe, sino que había impuesto sus propias reglas de participación en dicho mercado. Si tienes mercancías que vender a buen precio, es decir, baratas y de calidad, ingresas; de lo contrario, estás fuera. En América Latina había cantidades infinitas de materias primas para ser explotadas, pero sin haber sido industrializada; en cambio, en Europa y Estados Unidos había muchas mercancías elaboradas y procesadas a muy buen precio para ser compradas al mejor postor; es más, estos países, para producir más mercancías a muy buenos precios, necesitaban urgentemente materias primas para seguir de modo constante con la producción. Ahora, por la historia económica de nuestros pueblos sabemos inmediatamente que los países latinoamericanos que se independizaron tenían necesidad de muchos ingresos económicos para sufragar los gastos de las guerras de independencia y, por supuesto, para iniciar nuestros despegues económicos. Ninguno tenía industria establecida o desarrollada, pero todos teníamos abundante cantidad de materia prima y, además, abundante cantidad de mano de obra barata. Así que, espontáneamente, casi todos nuestros países optaron por ingresar en el mercado mundial como productores de materias primas, en estado bruto y nada más. Era la manera de producir ingresos inmediatos y, para las oligarquías de aquel entonces, fue la forma más rápida de enriquecerse o de recuperar la riqueza que habían perdido durante las guerras de independencia. Paralelamente, los países de primer mundo, en especial Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, necesitaban, para seguir produciendo más mercancías competitivas, abundante materias primas baratas, porque la producción local de materia prima no sólo empezaba a agotarse, sino que la mano de obra barata empezaba poco a poco a encarecerse por las luchas que las clases obreras impulsaban permanentemente en esos países para mejorar sus niveles de vida. Además, la producción de mercancías competitivas implicaba no sólo tener materia prima barata, sino capacidad industrial para producir más, mejor y a precios baratos, de tal modo que sus mercancías pudieran ser sumamente competitivas en el mercado. En Gran Bretaña, desde principios del siglo XVIII se había llegado a la certeza de que la única forma de desarrollarse económicamente hablando era desarrollando la industrialización para poder producir más, mejor y más barato. Lo mismo sucedió en Francia y luego en Estados Unidos y Alemania. Desarrollar la gran maquinaria y la industria se constituyó en algo fundamental, capital y estratégico. Al principio, cada país recurrió a sus propias tecnologías ancestrales para empezar a desarrollar poco a poco la técnica, la tecnología y luego la industrialización de esas técnicas y tecnologías, proceso que se conoce como la primera industrialización, que tuvo lugar a mediados del siglo XVIII. Este proceso bastaba para pasar de la manufactura al primer tipo de maquinaria industrial. El ejemplo máximo se da en el modo de fundición que se utilizó para producir la primera industrialización: bastaba con tener un horno de fundición cuasi ancestral. Sin embargo, la mejora de la técnica, la tecnología y la producción de otro tipo de aceros, metales y aleaciones exigió desarrollar la propia técnica de fundición de metales, es decir, la creación de grandes hornos de fundición industriales. Cuando sucedió esto, apareció por primera vez en la industria lo que ahora se conoce como la producción industrial de fábricas de fábricas, con lo cual se entró en la segunda industrialización: de la producción de mercancías ahora se pasaba a la producción de grandes maquinarias y de fábricas. A principios del siglo XIX, justo cuando nuestros países se estaban emancipando, Gran Bretaña ya había hecho el pasaje de la primera a la segunda industrialización, gracias a lo cual fue posible, primero, la industria del ferrocarril y, luego, la producción de grandes barcos a vapor. La producción textil fabril ya era toda una realidad en Gran Bretaña, esto es, Gran Bretaña ya podía producir grandes cantidades de mercancías a precio económico, y para esto, para poder desarrollar este tipo de producción, de economía e industria, necesitaba expandir sus mercados más allá de Europa, porque aquí no sólo tenía competencia, sino que ya había fuertes disputas por el derecho a tener mercados propios (las guerras bonapartistas son en parte para defender la industria y el mercado franceses de la intromisión de los ingleses). Esto quiere decir que a Gran Bretaña le interesaba mucho que nos independizáramos, porque, libres de España, podíamos ser fértiles mercados para los productos manufacturados y elaborados por su creciente industria, y, además, ser grandes proveedores de las materias primas que ellos tanto necesitaban. Desde principios del siglo XIX, Estados Unidos se da perfecta cuenta de que la única forma que tienen de desarrollarse, es expandiendo su mercado hacia América Latina, es decir, constituirnos en su mercado y, a su vez, en proveedores de materias primas, esto es, hacer con nosotros lo que Gran Bretaña estaba haciendo con todo el mundo. Estas condiciones del mercado mundial hicieron que ingresáramos en él como proveedores de materias primas y a su vez como consumidores de mercancías o productos ya elaborados por la industria inglesa, europea y luego norteamericana. Dicho de otro modo, al convertirnos en consumidores de sus mercancías, automáticamente nos convertíamos en proveedores de materias primas, porque era lo único que teníamos para pagar sus mercancías. En ese entonces, ingresar en el mercado mundial como productores de mercancías elaboradas implicaba tener lo que no teníamos, industria. Además, ya en ese momento tener industria implicaba haber hecho el pasaje a la segunda industrialización, cuando ni siquiera habíamos hecho la primera, es decir, en cuanto a producción en general todavía estábamos en la manufactura. Gran Bretaña y los países europeos capitalistas sabían que la única forma de que nuestras economías pudiesen ingresar en el mercado mundial era como proveedores de materia prima y nada más, y que justamente por ello nosotros éramos grandes posibles consumidores de sus mercancías, y que esta situación era ideal y propicia para que ellos pudiesen seguir desarrollando su técnica, tecnología e industria para producir más y mejor, porque, al ser consumidores de sus mercancías, les permitíamos vender lo que habían producido, es decir, les permitíamos seguir produciendo ganancias de este proceso de producción exclusivamente a ellos, ganancia con la cual podían seguir invirtiendo en la producción de nueva ciencia y tecnología para producir nuevas formas de producción industrial. Dicho de otro modo, gracias a la compra que nosotros hacíamos de sus productos, al precio que estipulaban sus mercados, muchas veces impuestos por ellos mismos, nosotros financiábamos en parte el desarrollo de su propia industrialización. De tal modo que, cuando nosotros queríamos tener industria, no sólo no teníamos capitales para ello por el elevado costo de ésta, sino que teníamos que comprársela a ellos, los productores no sólo de mercancías elaboradas sino también de conocimiento, técnica e industria con la cual producirlas; esto es, desde el principio estuvimos obligados a comprar desde las mercancías hasta la industria y la tecnología con las cuales producir siquiera para el consumo local. La respuesta natural de algunos de nuestros países fue cerrar nuestras fronteras a la importación de mercancía europea, esto es, optaron por el proteccionismo. La contrarrespuesta del capitalismo fue la guerra total contra nuestro proteccionismo. La casi total destrucción del primer país industrial latinoamericano, Paraguay, a mediados del siglo XIX por Gran Bretaña apoyada por las oligarquías brasileñas, uruguayas y argentinas no es casual. Durante el siglo XX, los pocos intentos de industrialización que hubo después de la Segunda Guerra Mundial, fueron ahogados por cruentos golpes de Estado propiciados por el nuevo amo imperial. Mientras tanto, la técnica, la tecnología y la industrialización han seguido desarrollándose de tal modo, que ahora ya se está haciendo el pasaje de la industrialización a la robotización y la cibernética, y nosotros seguimos siendo proveedores de materias primas a precios baratos que estipulan obviamente los mercados del centro controlados por las grandes corporaciones transnacionales. Y todo este proceso ha sido hecho, impulsado y desarrollado por la misma concepción con la cual se han desarrollado, casi sin interrupciones hasta ahora, el capitalismo y la modernidad, explotando el trabajo humano y la riqueza natural de los países del tercer mundo. Dicho de otro modo, el desarrollo del desarrollo moderno no ha sido propiciado sólo por el desarrollo de la ciencia, la técnica y la industria, sino por la explotación inmisericorde tanto del trabajo humano como de la naturaleza de los países del tercer mundo. Por esto decimos que el desarrollo moderno no sólo nos ha subdesarrollado, sino que ha producido en general un desarrollo desigual entre los países capitalistas del primer mundo y los del tercer mundo, esto es, que, desarrollándose ellos, a nosotros nos han subdesarrollado. Éste es el tipo de desarrollo desigual que el capitalismo y la modernidad han producido en nuestra realidad. La pregunta que se plantea entonces sería la siguiente: si un país como Bolivia quiere desarrollarse a imagen y semejanza de los países del primer mundo, ¿a quiénes tendrá ahora que explotar?; es decir, ¿qué trabajo humano tendrá que explotar y durante cuánto tiempo para poder hacer su acumulación originaria, o sea, acumular capitales de tal modo que no tenga que verse obligado a comprar tecnología, sino poder producirla? Por otro lado, teniendo como parte fundamental de su pueblo a pueblos que no tienen la misma concepción de la naturaleza que los países del primer mundo, ¿se atreverá a explotar a la Pachamama como lo hicieron y siguen haciendo los países desarrollados del primer mundo? Cuando uno parte de la visión que los pueblos originarios tienen de toda la realidad, la única forma de desarrollo que se deduce no es la moderna, es más, esa concepción de desarrollo aparece ahora como irracional por la enorme capacidad destructora que ha generado, produciendo a lo largo de estos cinco siglos crisis y más crisis como la de ahora, donde, como siempre, quienes pagan son los pobres y la naturaleza. Como decía Marx, el capitalismo (y en este caso la modernidad) lo único que sabe desarrollar son las fuerzas productivas y el capital, a costa del ser humano y la naturaleza. Ahora de lo que se trata es de desarrollar al ser humano y la naturaleza a costa del capitalismo, las fuerzas productivas que éste ha producido y la modernidad que lo ha cobijado. Esto quiere decir que del desarrollo de la mercancía y el capital ahora hay que pasar al desarrollo de la vida humana y la naturaleza, y para esto la experiencia histórica y cultural de nuestros pueblos largamente condenados al olvido se torna fundamental, máxime cuando ahora, por primera vez en la historia, asistimos a la posibilidad de que la naturaleza, la vida que ella ha producido y produce, se pueda agotar. Si esto ocurriese, la vida humana sería imposible. Desarrollar, entonces, este tipo de responsabilidad, de cuidado de la naturaleza y de solidaridad con los miles de millones de hambrientos y pobres que hay en el mundo, aparece ya no sólo como una alternativa más, sino como la opción más racional si no queremos seguir viviendo atrapados por la irracionalidad moderna, persistiendo no sólo en su forma de vida sino, en este caso, en su concepción de desarrollo.
DEL DESARROLLO DESIGUAL AL DESARROLLO DE LA VIDA
Como podemos ver, el capitalismo y la modernidad han desarrollado su propia concepción de desarrollo, la cual permite desarrollarse solamente a los países del centro, a costa de la negación del desarrollo de los demás pueblos que no han alcanzado este tipo de desarrollo, porque justamente éste se lo niega, se lo impide y obstaculiza. Pero esto no sucede sólo por problemas de mercado e industrialización, sino también por el tipo de sociedad que ésta produce. Esto es, el tipo de subdesarrollo que produce el capitalismo y la modernidad es una producción estructural, la necesita producir, necesita producir sus propios dominados, sus pobres a quienes explotar para ganar más, necesita producir sus inferiores, sus atrasados y dependientes para poder desarrollarse. En este sentido, necesita no sólo producir primer y tercer mundo, el centro y la periferia, sino que necesita que esta diferencia se profundice para que alcanzarlos a ellos resulte casi imposible, de modo que nosotros nos quedemos donde estamos y ellos puedan seguir manteniéndose en ese lugar privilegiado; porque si nosotros empezáramos a desarrollarnos, todos los privilegios, ganancias y beneficios que les otorga ser países desarrollados del primer mundo, empezarían a entrar en peligro. Esto quiere decir que, para desarrollarnos conforme a la imagen que ellos han proyectado de desarrollo, nosotros tendríamos que empezar a hacer lo que ellos han hecho centenariamente, explotar el trabajo humano de otros pobres y explotar nosotros mismos a nuestra propia Madre Naturaleza. Por ello, para poder desarrollarnos, necesitamos producir otra concepción de desarrollo. En este sentido, no estamos en contra del desarrollo, sino en contra de un tipo o concepción de desarrollo, específicamente del tipo de desarrollo que nos ha subdesarrollado, del tipo de desarrollo que tanto el capitalismo como la modernidad han desarrollado, el cual estructuralmente necesita producir subdesarrollo de modo paralelo. Sin embargo, no basta con que, intentando desarrollarnos, decidamos no explotar, dominar o subdesarrollar a otros; es decir, no basta con tener la intención de no producir relaciones de dominio y explotación, como si el problema fuese meramente valórico o de buenas o malas intenciones, sino que de lo que se trata es de tener una visión clara de la estructura de dominio escondida en el tipo de desarrollo que se quiere negar para producir o promover la otra concepción de desarrollo. Porque, siendo el problema estructural, el problema es objetivo, existe en la realidad, a la que ahora se enfrenta nuestra subjetividad.

…continuara…

lunes, abril 17, 2017

QUÉ SIGNIFICA PENSAR DESDE AMÉRICA LATINA? HACIA UNA RACIONALIDAD TRANSMODERNA Y POSTOCCIDENTAL

JUAN JOSÉ BAUTISTA S.
IX.  DE LA DIALÉCTICA MODERNA DEL DESARROLLO DESIGUAL HACIA UNA DIALÉCTICA TRASCENDENTAL DEL DESARROLLO DE LA VIDA HACIA UNA IDEA DEL DESARROLLO TRANSMODERNO
INTRODUCCIÓN
Como pocas veces, América Latina se vuelve a enfrentar con su propio destino, como si la historia le diese milagrosamente otra oportunidad para salir del atolladero en el que ha sido sumergida por los países capitalistas del primer mundo moderno, desde antes de las llamadas independencias nuestras que se dieron a principios del siglo XIX. De pronto, pareciera que históricamente nos ubicáramos de nuevo entre la década de los cincuenta y principios de la de los ochenta, porque hoy, en pleno siglo XXI, aparece en el horizonte de nuestra realidad la discusión de problemas sociales, económicos, políticos e históricos similares o casi idénticos a los que se debatieron en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. De pronto hoy no sólo se vuelven a discutir problemas añejos del marxismo, como el del fin del capitalismo y la necesidad del socialismo, sino también otros como la forma o tipo de desarrollo o economía propios que debieran seguir nuestros países latinoamericanos. Temas como el de la relación entre el fortalecimiento del Estado y la regulación del mercado se presentan ahora importantes debido al vergonzante descalabro de la economía de mercado, pero también aparecen otros que parecían superados, como el de la industrialización de nuestros países para que dejen de ser meros exportadores de materias primas. Sin embargo, junto a esta problemática aparecen en el horizonte asuntos nuevos junto al surgimiento de nuevos sujetos y actores que ya no tienen la misma conciencia social o de clase que tenían antes los movimientos obreros, de estudiantes y la izquierda en general. Estos nuevos temas o problemas, inconcebibles para el pensamiento crítico del siglo XX, surgen justo cuando empiezan a mostrar todas sus contradicciones ya no solamente el capitalismo como modelo económico, sino también la modernidad como horizonte cultural gracias al cual se desarrolló el capitalismo; temas como el de la crisis ya no de un modelo económico sino de un modelo civilizatorio ponen por primera vez a la modernidad en su conjunto no sólo en crisis sino como inviable humanamente in the long run. Esta evidencia y patencia efectivas de lo que ahora son hechos y no meras conjeturas o hipótesis a ser verificadas, están permitiendo cuestionar radicalmente no sólo los presupuestos de la modernidad sino las tesis más fuertes sobre las que ésta se sostenía y sostiene hasta el día de hoy, como considerarse a sí misma infinitamente superior, absolutamente racional y auténticamente humana. Estas certezas largamente sostenidas, fundamentadas y argumentadas «racionalmente», han permitido concebir o considerar cualquier otra forma de vida, de economía, de desarrollo, de racionalidad, etc., como caduca, premoderna, inferior, superada y obsoleta. Tal es así que era normal, y hasta lógico, pensar que recurrir a estas otras formas de vida, de economía o de conocimiento no modernas era insulso o ilógico y, en todo caso, irrelevante. Sin embargo, esta crisis del capitalismo, que ya no es cíclica, está empezando a mostrar que los presupuestos con los que éste y la modernidad surgieron y se constituyeron no eran ni son como prometían ser. La crisis de estas certidumbres está permitiendo comenzar a pensar en serio en estas otras formas de vida, de economía, de desarrollo, etc. (otrora tan despreciadas, olvidadas, negadas y condenadas a la prehistoria de la humanidad), como alternativas posibles y hasta viables no sólo para nuestros pueblos, subdesarrollados durante estos 500 años por el capitalismo y la modernidad, sino también para la humanidad entera y hasta para la naturaleza, otro de los componentes esenciales en este nuevo proceso que se anuncia ahora para nuestros pueblos. Uno de estos temas que poco a poco va apareciendo con fuerza en el nuevo horizonte de la discusión, es el relativo a la concepción de vida que surge de nuestros ancestrales pueblos negados sistemáticamente por esta modernidad europeo-occidental. Nos referimos en concreto a la idea de Suma Qamaña, que se podría traducir como «vivamos bien» (no es una afirmación de carácter impersonal, sino que se dirige a todos nosotros, y, en nuestra opinión, ha sido mal traducida como «vivir bien») en comunidad entre nosotros, con relaciones de respeto, responsabilidad y solidaridad entre nosotros y entre nosotros y la naturaleza, lo cual entra en contradicción u oposición con la forma de vida y la idea de desarrollo propuestos por la economía moderna y la modernidad, sintetizados en la idea de vivir siempre más y mejor, pero sin incluir en ella relaciones éticas de respeto, responsabilidad y solidaridad con la comunidad humana en general. Esta idea procedente de los pueblos originarios del mundo andino (concebidos por la modernidad como premodernos) que está dando de qué hablar a la ciencia social latinoamericana, choca, sin embargo, fuertemente con la idea de desarrollo (de procedencia moderna) sostenida por los gobiernos de nuestros pueblos, con lo cual aparece por primera vez un problema antes impensado para la ciencia social y la filosofía, que se podría plasmar en la siguiente pregunta: ¿es sostenible para la humanidad la concepción moderna de desarrollo in the long run, esto es, en el medio y largo plazo? Esta contradicción aparece justo cuando un gobierno de procedencia indígena «aparentemente» intenta responder demandas populares largo tiempo anheladas, como la industrialización de nuestros recursos naturales, con lo que surge ahora otro problema mucho más complejo y que creo que puede permitirnos entender mejor el choque o enfrentamiento irreconciliable entre dos formas radicalmente distintas de vida, que a la larga van a poner en crisis existencial la forma de vida que hasta ahora hemos sostenido ingenua e ignorantemente durante estos 500 años.
PROBLEMA
El problema se podría plantear del siguiente modo: países como los nuestros son caracterizados como subdesarrollados porque todavía no hemos desarrollado nuestra sociedad, economía y producción, de tal modo que, por esta condición, estamos condenados a ser sólo productores de materias primas y no así de productos elaborados o industrializados que, por el valor agregado que ello implica, son los que producen realmente las ganancias, las cuales enriquecen sólo a los países del primer mundo desarrollado y no a los nuestros. Una vez que nuestros pueblos entendieron esto, están exigiendo y demandando la industrialización de nuestras materias primas, como, por ejemplo, el gas, para dejar de venderlo en bruto a precios irrisorios en el mercado mundial. Pero producir el gas con valor agregado implica industrializarlo; lo mismo sucede con el petróleo y los minerales como el litio. Bolivia, como varios de nuestros países atrasados, dependientes y subdesarrollados, no está industrializada, ni tiene tecnología para producir su propia industrialización. Entonces, como todo país subdesarrollado, tiene que comprar tecnología para poder industrializar sus recursos y ésta (la tecnología) cuesta mucho en el mercado y generalmente no está a la venta porque requiere mucha, pero mucha, inversión de capitales. Por ello normalmente se recurre a «empresas transnacionales» para su posible exploración, explotación o industrialización, las cuales tienen no sólo esos capitales, sino la tecnología y la gran maquinaria para industrializar nuestros recursos naturales, por lo cual volvemos casi al mismo problema. Es cierto que ahora nuestros recursos naturales como el gas no se venden a precio de gallina muerta, porque ahora ganamos como país un poquito más, pero, por la industrialización, la mayor ganancia se la siguen llevando las «empresas transnacionales»; ganamos un poquito más, pero el problema sigue intacto, seguimos siendo subdesarrollados, atrasados y dependientes. El Estado boliviano, por ejemplo, para poder industrializar el país, ha resuelto no sólo recurrir a grandes préstamos e inversiones de capitales extranjeros, sino que ahora también ha decidido generar grandes recursos económicos por la explotación de grandes yacimientos mineros, petrolíferos y gasíferos que hay a lo largo de todo el país, al modo como habitualmente se hacía y se hace aún en Bolivia, para impulsar este proceso de industrialización. Pero todo este proyecto está empezando a ir en contra de la idea de Suma Qamaña, la cual no sólo es la expresión de los pueblos originarios por vivir una vida digna, sino una vida que incluya el respeto por formas ancestrales de vida y en la que está radicalmente incluido el respeto por la naturaleza, la cual no es concebida como algo externo, extraño o fuera de las relaciones de vida, sino como algo central en la concepción vital que se quiere rescatar y seguir desarrollando. La idea de Suma Qamaña entraña desde el principio que el respeto, la responsabilidad y la solidaridad hay que practicarlos no sólo entre los seres humanos sino también con la naturaleza, porque ésta no sólo es el otro participante, componente o miembro de la comunidad, sino que es fuente a partir de la cual es posible la vida de los seres humanos y la vida en general. Por eso es que desde la idea de Suma Qamaña no se puede deducir ni concebir que se pueda explotar industrialmente la naturaleza como lo hace la industria capitalista y moderna, porque, al igual que se concibe y exige desde la idea de Suma Qamaña que se respete al ser humano y no se lo explote, se pide y se espera un trato similar con la naturaleza, es decir, se la tiene que respetar de tal modo que no sea posible con ella ningún tipo de explotación. Porque la idea de explotar tanto la naturaleza como el trabajo humano implica haberlos devaluado antes al rango de objetos. ¿Qué objeto pide, exige o espera que se lo respete? Ninguno, por su misma condición de objeto, pero si algo o alguien es concebido como sujeto, no sólo se espera que se lo respete, sino que ese sujeto incluso exige respeto en relación con los demás sujetos. La racionalidad moderna es imposible sin la fundación, constitución y desarrollo de la relación sujeto-objeto, y el capitalismo es imposible sin esta fundamentación, porque entonces no podría justificar su trato a la naturaleza como objeto de explotación. Para el capitalismo y la modernidad, la naturaleza es constitutivamente objeto, otra cosa no puede ser, por eso no sólo puede explotarla, sino que tiene que hacerlo para poder desarrollarse, de lo contrario están condenados a su desaparición. Sin desarrollo moderno no hay capitalismo ni modernidad; afirmar esto implica decir que sin explotación de la naturaleza y del trabajo humano es imposible el capitalismo y la modernidad. Por eso éstos tienen que explotar al ser humano y la naturaleza hasta el infinito para poder seguir creciendo y desarrollándose. La idea de Suma Qamaña es la antítesis de esta concepción de la naturaleza y del desarrollo moderno, y esta contradicción dialéctica aparece por primera vez en los procesos de transformación y cambio boliviano, ecuatoriano y hasta venezolano, cuando se quiere dejar de ser país subdesarrollado, dependiente y atrasado. Por eso ahora, cuando nuestros gobiernos quieren explotar la naturaleza para sacar a nuestros países de la pobreza, los pueblos originarios que tienen conciencia comunitaria se oponen a ello, porque esta forma de producir desarrollo e industrialización atenta contra la naturaleza, concebida desde tiempos inmemoriales como Madre. La Madre no es ni puede ser objeto ni mercancía, mucho menos objeto de explotación.
¿QUÉ HACER?

Este impasse está conduciendo a una crisis en la que el país se enfrenta aparentemente a la siguiente disyuntiva: o bien nos desarrollamos y entonces explotamos a la naturaleza para modernizamos, o bien nos quedamos donde estábamos antes, no sólo subdesarrollados, sino conviviendo con formas de vida arcaicas, casi en la Edad de Piedra, o como salvajes viviendo en medio de la selva. Como ahora dicen algunos ideólogos de la modernidad: si no fuera por la modernidad y el capitalismo, la humanidad entera seguiría viviendo en la Edad de Piedra o, si no, en la edad de los taparrabos. Si fuera así, lo único que le quedaría a pueblos como los nuestros sería modernizarnos lo más pronto posible, para poder dejar de ser subdesarrollados, pobres, atrasados y dependientes, esto es, habría que desarrollar más relaciones de mercado, más industrialización, en suma más modernización. Dicho de otro modo, la idea de Suma Qamaña sería una mera quimera ancestral bien bonita y romántica, que sólo serviría para ilustrar cuán buenos eran en el pasado nuestros pueblos, lo cual tal vez era válido para el pasado, pero no para el presente, que es plenamente moderno, por lo que esas ideas que bien pueden funcionar para conocer el pasado, no sirven en absoluto para el presente, con lo cual las tesis e hipó- tesis centrales de la modernidad quedarían plenamente confirmadas. Para la humanidad no habría otra forma de desarrollo humano que el de la modernidad de origen europeo-occidental. El problema entonces es: ¿cómo salimos de esta encrucijada?